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Los nuevos juguetes

En la cuadra donde reinó la juguetería, el protagonismo lo tiene ahora el logo de la tienda Apple.

Yolanda Reyes
En un mundo interesado solamente por noticias muy malas, el cierre de una tienda de juguetes no se considera noticia. Quizá por eso cuando cerraron la sucursal de FAO Schwarz, una de las jugueterías más hermosas del mundo, situada en la Quinta Avenida de Nueva York, no hubo cubrimiento mediático ni marchas de protesta; tampoco se supo que se le hubiera roto el corazón a nadie, a pesar de que varias generaciones de distintos lugares del planeta quedaron marcadas por la visita a ese “mundo de juguetes”, como decía su canción de bienvenida.
Si bien en las épocas de oro de la juguetería no estaba de moda eso de llamar a cualquier cosa “una experiencia” (gastronómica, turística, esotérica), entrar en ese edificio que parecía un palacio era cruzar un umbral de ensoñación para entregarse a esa experiencia de jugar que está en el ADN de la infancia y que es inherente a la condición humana. No es casualidad que la última escena de ‘Ojos bien cerrados’, esa inquietante película protagonizada por Nicole Kidman y Tom Cruise que explora la delgada línea entre la fantasía y la vida cotidiana de una pareja, haya sido filmada, justamente, en FAO.
Valiéndose de ritos, seguramente estudiados y aprendidos en el reino de todas las infancias, los empleados de la juguetería recibían a los niños (y allá sí era fácil ese lugar común de volverse niño a cualquier edad) con esa invitación infalible a “hacer de cuenta”. Empleadas disfrazadas de enfermeras invitaban a conocer a los bebés de un pabellón de recién nacidos, con todos los detalles hospitalarios de juguete, o empleados vestidos de safari asustaban a sus clientes con serpientes venenosas de peluche. Por supuesto, detrás de esos juegos había un cuidadoso trabajo de mercadeo –nadie lo duda–, pero el hecho de vender mundos imaginarios le imprimía cierto toque de altruismo al negocio.
Pues bien, en la cuadra donde reinó la juguetería durante tantas generaciones, el protagonismo lo tiene ahora el logo de la tienda Apple, y ya se anuncia un nuevo proyecto arquitectónico para ampliar los linderos del nuevo reino imaginario. Precisamente, alrededor de una manzana, como en los tiempos del Antiguo Testamento, se congrega gente de todas las edades –con sus recién nacidos y sus cachorros digitales–, y todos hacen fila para encargar un nuevo objeto del deseo: el iPhone X, cuyo lanzamiento (o, mejor, advenimiento) previsto para comienzos de noviembre conmemora el décimo aniversario del teléfono.
Como fenómeno acústico y simbólico, el bullicio que produce ese murmullo en la tienda Apple es muy distinto al que producían los niños que jugaban en la juguetería. Ahora hay miles de personas, de todas las edades, etnias y geografías, unas al lado de otras, sin tocarse y sin mirarse, absortas en esas pantallas que necesitan reemplazar cada vez más pronto y que son sus talismanes para moverse por los nuevos reinos mágicos.
Se trata de un vocabulario aún desconocido: de una nueva Tierra Incógnita que se abre a la reflexión. Así como han surgido tantas preguntas a propósito de la extinción de las tiendas de música, de las salas de cine y de las pequeñas librerías, cabe preguntarse qué significa la extinción, no solo de la sede de una juguetería, sino de tantas jugueterías que hoy parecen dinosaurios. ¿Qué tienen que ver estas nuevas formas de jugar y estos nuevos juguetes virtuales con las formas de inventar mundos posibles?
Una nueva infancia, eterna, quieta y solitaria, con nuevas formas de inteligencia y de invención pero también con inmensos desafíos, se abre paso. Y como jugar es siempre representar un tiempo y una cultura, es fascinante jugar a descifrar lo que nos dicen los juguetes sobre los mundos que emergen y los mundos que desaparecen.
YOLANDA REYES
Yolanda Reyes
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