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La ola verde

Proyecto de legalización del aborto en Argentina centró su decisión en la autonomía de la persona.

Yolanda Reyes
Era una marea verde que no dejaba ver las calles, y ahí estaban las mujeres argentinas otra vez, como si aquellos pañuelos blancos amarrados en la cabeza con los que han desfilado las madres y las abuelas de Plaza de Mayo todas las semanas, tozuda y puntualmente, para reclamar a sus hijos desaparecidos, hubieran cambiado de color.
Cerca de cuarenta años después de comenzado ese ritual que tan honda repercusión simbólica y política ha tenido, millones de mujeres de todas las edades (y hombres también, muchos de ellos jóvenes) se volcaron a las calles en distintos lugares de Argentina para apoyar el proyecto de legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. La política sí nos interesa, advertían estudiantes que empiezan a ejercer su ciudadanía y derechos sexuales y reproductivos para notificar a sus representantes que tienen claras las conexiones entre la vida personal y las políticas públicas.
El proyecto había logrado mayoría en la Cámara de Diputados en junio, pero fue rechazado en el Senado por 38 votos contra 31 el pasado 8 de agosto, después de un debate intenso que se extendió hasta la madrugada y fue acompañado desde muchos lugares del planeta. Y, aunque esa última batalla se perdió en el Congreso, es evidente el triunfo de una lucha cultural que tendrá costos políticos. Según afirmó la escritora María Teresa Andruetto, citando una frase que se ha vuelto recurrente en estos días, “lo imposible es posible, pero demora un poco más”, y todo indica que es más fácil parar el viento que esa ola verde que se abrió paso en Argentina para seguir trabajando por el derecho a un aborto seguro, libre y gratuito durante las primeras semanas de embarazo.
Llamarlo por su nombre, sí. Decir, a muchas voces, esa palabra, ‘aborto’, que tantos silencios y tantas soledades y tantas culpas y miedos, pero, sobre todo, tantas muertes innecesarias y clandestinas ha causado: ahí radica el triunfo cultural que han reclamado esas mujeres que, como tantas en la historia de este mundo, han (hemos) aprendido a trabajar aun más duro después de las derrotas. Lo que hoy reivindican como triunfo es la demostración de fuerza de ese movimiento femenino por el derecho a decidir y contar con servicios de salud eficientes y oportunos, como parte de las políticas públicas de Estado.
Más allá de permitir un aborto en casos específicos como los que se aprobaron en Colombia –peligro para la salud de la madre, malformación del feto o violación–, ese proyecto de legalización centró la decisión en la autonomía de cada persona, y esa diferencia señala el rumbo que han tomado los derechos sexuales y reproductivos en el mundo: ya no se trata de un asunto de indulgencia con una mujer que ha sido víctima de alguna adversidad incontrolable, sino del reconocimiento de una ciudadana que asume libremente sus decisiones y tiene voz y voto no solo para ser elegida y elegir a sus representantes, sino para exigir la representación de su voluntad.
Detrás de esos pañuelos verdes se ha instalado, además de la opción, no exenta de dolor, de interrumpir un embarazo en las primeras semanas, una forma de hacer política centrada en el reconocimiento de una mujer mayor de edad –¡cuántas veces más habrá que demostrarlo!– que asume plenamente su ciudadanía, entiende que la política pasa por el cuerpo y se relaciona con todas las esferas de su vida.
Quizás es eso lo que asusta a ciertos grupos, y no solo en Argentina: ver a estas nuevas suffragettes que, apoyadas en los hombros de las madres y las abuelas de su país y en los movimientos de mujeres de todo el mundo, demuestran que, no obstante los esfuerzos por recuperar el control perdido, esta ola femenina es imparable.
YOLANDA REYES
Yolanda Reyes
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