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Electores no lectores

¿Es posible manejar la complejidad numérica y la cantidad de información de un tarjetón?

Yolanda Reyes
Soñé que estaba en el cubículo electoral, que había una fila esperando turno, como en el cajero automático, y que yo mordisqueaba la punta de ese esfero prestado sin encontrar a mi candidata. “Tú sabes”, me daba ánimos, delante de ese tarjetón inmenso lleno de logos de colores y de números, igual que cuando estaba en el colegio y anunciaban que ya iban a recoger las hojas del examen.
Tenía clarísimo que votaría por esa candidata al Senado porque había conocido su trabajo en la Cámara durante estos años y me sentía muy bien representada, pero la fila seguía creciendo en mi pesadilla, y yo estaba frente a esa pared de cartón sin recordar el número, buscándola entre la letra chica, y ya ni la encontraba en su partido. ¿Se habría cambiado de partido o habría fundado uno de los nuevos? ¿Por qué no había puesto más atención? Mis habilidades de lectura no funcionaban frente a esa profusión de nombres y apellidos, y en una situación electoral era impensable, bajo sospecha de fraude, ese movimiento que se le reconoce a cualquiera, incluso en los concursos: el derecho a no saberlo todo y a pedir ayuda de otros.
Ustedes pensarán que ahora diré que todo se solucionó con el despertador, pero no, y no he dejado de preguntarme durante estos días cómo hizo mucha gente que dice no leer casi nada o casi nunca, ni entender lo que lee (y hay que admitir, sin populismos, que es bastante en el país) para elegir, en medio de esa profusión de candidatos y partidos. Ojo: no me estoy preguntando cómo hizo mucha gente para saber qué proponía su candidato ni cuál era su afinidad con un partido –a veces, incluso, dedicándose a leer todas las declaraciones de algunos, resultaría imposible–, sino, sencillamente, cómo hizo para seguir las instrucciones y marcar una casilla.
La imposibilidad de la mayoría de los bachilleres colombianos de solucionar un problema de matemáticas, de ciencias naturales o sociales por no entender el enunciado del problema ha sido ratificada desde hace algunos años por los resultados de las pruebas Saber y Pisa. Esas pruebas han revelado un panorama preocupante de los niveles de lectura (y, por consiguiente, de lenguaje y pensamiento) de los ciudadanos más jóvenes. Sin embargo, en las generaciones anteriores a Pisa, que constituyen la mayoría del electorado actual, hay evidencias de un analfabetismo funcional que se refleja en ámbitos laborales, académicos y cotidianos. ¿Es posible manejar la complejidad numérica y la cantidad de información de un tarjetón como el de este domingo, y hacerlo en un tiempo limitado, con esos niveles de lectura?
Entender la diferencia entre las listas con voto preferente y las no preferentes (¿o cerradas?), la información sobre los candidatos de circunscripción especial de comunidades indígenas, las consultas para precandidatos, la diferencia entre los candidatos del ámbito nacional y del local, y tener una mínima idea sobre algunos partidos afines, entre tantos con nombres similares, exige, además del manejo de información, competencias para relacionar, jerarquizar y elegir. Tal vez mi pesadilla ilustra la de muchos colombianos que han claudicado frente a tanta información y quizás se han abstenido de votar no solo porque no entienden el sentido, sino también porque le tienen miedo a una mecánica de selección múltiple que está muy lejos de sus habilidades y para la cual se requiere entrenamiento.
Más allá de buscar votos, el sentido del proselitismo parlamentario, lo mismo que el de la vapuleada pedagogía política de la que habla el Gobierno, debería acusar recibo de esa dificultad y enriquecer la formación del elector, que, además de compartir tantas letras con la del lector, requiere dar palabras para inventar nuevos discursos.
YOLANDA REYES
Yolanda Reyes
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