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De Viviane y otros acróbatas

La única tradición que respetan los políticos es, por decirlo de manera amable, el descaro.

Vladdo .
En Colombia la política es el circo de lo posible. Todo lo que usted pueda imaginarse tiene cabida en esta carpa en la que no se respetan principios, ideologías, límites, normas ni plazos. Todo vale. Con algo de socarronería y no poco cinismo, unos resabiados saltimbanquis apelan a la vieja excusa de que la política es dinámica para tratar de disimular o justificar el incumplimiento de sus promesas, la falta de palabra, la traición a los electores o la simple ausencia de escrúpulos.
Por eso en cada campaña se repite casi el mismo espectáculo y muchas veces con las mismas figuras; al fin y al cabo la única tradición que ellos conservan es, por decirlo de manera amable, el descaro. La lista podría ser infinita, pero haré un breve y arbitrario repaso solo para recordar que los políticos –liberales, conservadores o independientes; de izquierda o de derecha– son, ante todo, acróbatas.
Empecemos por el caso de Fabio Valencia Cossio y Álvaro Uribe Vélez, quienes en 1993 se liaron a trompadas. Veinticinco años después, los dos convocan y encabezan las funciones de Iván Duque, que recibe el consejo y la orientación de ambos, pero se presenta como el adalid de la nueva política colombiana.
No voy a referirme a Roy Barreras, porque en materia de piruetas él está fuera de concurso; pues cambia de jefe y de convicciones con la misma frecuencia y naturalidad con que ciertos reptiles cambian de piel. Sin embargo, aunque todavía le faltan algunos bandazos, uno de sus colegas puede disputarle esa medalla: Armando Benedetti. Después de ser el más acérrimo crítico de Germán Vargas Lleras –al que incluso acusó de delincuente–, Armandito funge hoy como el más locuaz y simpático telonero del exvicepresidente. Eso sí es un cambio radical.

Los políticos –liberales, conservadores o independientes; de izquierda o de derecha–, por encima de todo, son acróbatas.

Otro senador, el aplicado Jorge Robledo –para quien Antanas Mockus era un neoliberal de siete suelas– puso sus aprensiones en el congelador y dio un triple salto mortal para caer de pie en la Coalición Colombia, donde está trabajando de tiempo completo por Sergio Fajardo.
Y si los congresistas hacen gala de sus volteretas, los presidentes no se quedan atrás. Después de que en reiteradas oportunidades, en público y en privado, Andrés Pastrana se refirió a Uribe en términos más propios de un expediente judicial que de un debate político y de que Uribe no rebajaba a Andrés de laxo con la guerrilla y le recordaba con frecuencia su tragicomedia del Caguán, la animadversión que uno y otro sienten por Juan Manuel Santos acabó por unirlos; ahora son uña y mugre y los dos son compañeros de tinglado del precoz Iván Duque.
Otra maroma emblemática fue la de Juan Manuel Santos con Hugo Chávez. El coronel dejó de ser la mismísima encarnación del demonio que denunciaba Santos a comienzos de la década pasada para convertirse en su nuevo mejor amigo, cuando este asumió la presidencia. Eso sí, todo fue por el bien de la patria, según nos dijeron luego.
Por supuesto, en este escenario las mujeres también han sacado a relucir su vena artística y no pocas se lucen con sus contorsiones. ¿Qué tal, por ejemplo, Marta Lucía Ramírez? Recuerdo la decepción con la que hablaba de Álvaro Uribe luego de que la sacó del ministerio de Defensa por la puerta de atrás. Es más: a comienzos de este año decía con su acostumbrada vehemencia que ella no iba a ser candidata a la vicepresidencia. ¿Y dónde está hoy? De compañera de reparto de un joven inexperto, aun a sabiendas de que ella debería ser la protagonista.
Así las cosas, no me sorprende en absoluto que Viviane Morales, la inflexible exfiscal que hace cinco años decía que Uribe promovía “la intolerancia, el odio y el fanatismo”, sea la misma que la semana pasada llegó en un sorprendente ejercicio de elasticidad a la pista central del Centro Democrático.
¡Y que siga la función...!
VLADDO
Vladdo .
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