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Yopal: muchas luces, una sombra

No es justo que la sombra de la corrupción siga debilitando las muchas luces que iluminan a Yopal.

Esta columna obedece a tres razones: que desde tiempos lejanos oír hablar de Casanare se volvió, por la palabra de mis mayores y paisanos sogamoseños, diario elemento vital; que, tras largos años, supe esperar que ese mohín desdeñoso de altas esferas oficiales ante el nuevo departamento terminaría admitiendo una sorprendente realidad; y que una rápida visita a Yopal me reafirmó en creer que, a partir de su capital, Casanare es hoy un activo imponderable en el patrimonio socioeconómico de la Nación.
Pues hace pocos días volqué toda mi atención, con inocultable alarma, en un informe televisivo que clamaba al cielo por la situación de Yopal a partir de auténticas calamidades, así resumidas: que la población agoniza de sed y otra, peor e inminente: que, a semejanza de la padecida por Mocoa en la devastación reciente, de seguir la intensa temporada de lluvias, el río Cravo Norte arrojaría sobre la ciudad una avalancha de proporciones inimaginables: posible, claro, pero poco probable en tiempo inmediato.
Ahora: que, según destacados miembros de la sociedad civil yopaleña, el 93 por ciento de la población tenga, por 20 horas diarias, agua potable rebate el patético argumento de que la ciudad se encuentre ‘in artículo mortis’ por física sed. Cierto sí es (aparte de vergonzoso e inadmisible) que aún no se cuenta con la planta de tratamiento, varias veces proyectada, otras tantas aplazada, algunas más fracturada a medio camino, enredada en marañas litigiosas, refundida en escándalos contractuales, siempre abortada por las feroces disputas politiqueras de sucesivos mandatarios llegados al poder (qué desastre moral) para enriquecerse día a día, y poco más.
Si, según Gabo, en ocasiones la realidad desborda la ficción, no encuentro mejor ejemplo en tal sentido que la no ejecución de esa obra en los años más recientes por culpa, única y exclusivamente, de individuos sueltos, a cual más transgresores de rudimentos éticos, que, en vez de presidir eficaz gestión con recursos públicos, reinciden en diversas faltas y delitos, cabalgan sobre la corrupción abarrotando sus bolsillos a costa del erario y si de milagro van a prisión, bien pronto, por mano de jueces venales, “vencimiento de términos” o tutela, vuelven orondos a presidir el gobierno local para seguir feriándose el patrimonio común, mientras una alcaldesa encargada, con fundamento en la Biblia, ‘decreta’ intrascendencias como que Jesucristo ES Yopal y Yopal ES Jesucristo, ¡quien remediará sus males!
Conocidos, repudiados, temidos pero también ungidos, ‘celemines’, ‘calzones’ y otras yerbas del pantano siguen empecinados, a la brava, en acabar con Yopal. Mas, luego de oír muchas voces letradas de gentes laboriosas, tesoneras, honorables, orgullosas de esa hermosa ciudad (con riquezas y paisaje, infraestructura vial, industrias petrolera, ganadera y turística, educación y salud, comunicaciones y transporte, gentileza y hospitalidad, gastronomía y folclor, clima y cultura, alegría y buen vivir) y admitiendo también la existencia de fallas superables, tras de eso, digo, es dable esperar: de los medios, la verdad verdadera sobre Yopal; y de los yopaleños, repudio electoral a la desvergüenza de cínicos ‘dirigentes’ (?) que gritan desde calles y balcones “Yo vine aquí por lo mío”.
No es justo que la sombra de la corrupción política y administrativa, vigente allí con repugnante impunidad, siga debilitando las muchas luces que iluminan a Yopal sin que pase nada, fuera de socavar el heroísmo, la libertad, la honradez y el trabajo que, con razón legítima, lo proyectan ante el mundo.
VÍCTOR MANUEL RUIZ
vimaruiz@hotmail.com
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