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¡Pongámonos en valor!

Extendamos manos. Sembremos sonrisas. No perdamos la oportunidad de acercar una palabra amable en todo momento. Esto es lo verdaderamente cuantioso y enriquecedor como especie pensante.

Confieso que me gusta este duodécimo y último periodo del año en el calendario gregoriano, diciembre, por aquello de los buenos propósitos a final de mes. En un mundo de sentimientos contradictorios, donde nos educan para el triunfo en lugar de prepararnos para el valor, hace falta sin duda proyectarnos una buena ración de utopía, o de valía armónica; y, así, poder enseñar los dientes ante la falsedad vertida por los caminos de la vida. Los tiempos actuales, tan diversos y distintos según territorios, andan atormentados por la sinrazón de un mundo terrorífico. Deberíamos parar este absurdo ánimo de venganzas y violencias, con otras poéticas más de abrazo, más del aliento, más de la claridad que de las oscuridades. No podemos fragmentarnos. Nos necesitamos como piña planetaria.
Nuestra propia vida es una vida en los demás y por los demás, lo que requiere diversas sintonías, variados abecedarios pero un distintivo lenguaje, el de una corpulencia coordinada bajo un mismo pulso, que no es otro que la poética del acoger y perdonar. Por ello, sería bueno que los nuevos proyectos educativos hablasen menos de triunfos pasajeros y más de fortaleza para reencontrarse con tanto corazón herido, con tantas existencias rotas. Deberíamos no pecar de ignorancia y saber que nada que se consiga sin esfuerzo es verdaderamente valioso, pues hasta para conocer la dicha hay que tener el valor de resistir y tragar.
Sin duda, la mejor docencia es aquella que enseña a ser compasivo, humanitario, tocando y vendando los cuerpos ensangrentados, reciclando espíritus contaminados por el espanto, rehabilitando, con generosidad y tesón, aquellas atmósferas putrefactas por otras más auténticas y justas. El ser humano necesita ponerse en acción. Activarse como valor. Sentirse único y exclusivo, y, a la vez, en relación con sus análogos y necesario para sus análogos. Extendamos manos. Sembremos sonrisas. No perdamos la oportunidad de acercar una palabra amable en todo momento. Esto es lo verdaderamente cuantioso y enriquecedor como especie pensante. En este sentido, nos llena de alegría que Naciones Unidas esté trabajando de manera eficaz con ese mundo migrante, activando diálogos entre países y regiones, e impulsando el intercambio de experiencias. Todos nos merecemos, desde luego que sí, superar las adversidades y buscar una subsistencia mejor.
A propósito, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) invitó a la gente en todo el mundo el pasado 18 de diciembre, coincidente con el Día Internacional del Migrante, a la primera Vigilia Global, para honrar a los migrantes que perecieron este año. Indudablemente, su coraje, su valentía, ahí está, cuando menos como reflexión. Cada uno de ellos tiene un nombre, una historia, dejaron su país en busca de mejores oportunidades y protección para ellos mismos y en muchos casos para sus familias, aspiraciones por las que cualquiera combate.
En esa lucha consigo mismo, a través de la crítica conciencia de cada cual, todos podemos ser poetas de la vida. Nada es imposible si nos dirigimos con nervio a ser músicos de lo armónico. Hagámonos valer. Generemos un nuevo estilo de comportamiento. Es el momento de transformarnos y de transformarse. Aprendamos a sufrir, pero a sufrir juntos. También a reír, a reír unidos. Asimismo, pidamos la voz y la palabra. Tengamos la serenidad de escucharnos unos a otros.
Nada está perdido si se tiene el ánimo de proclamar, con humildad, la grandeza de toda vida. Allá donde un corazón humano habite hay esperanza, debe haberla siempre, porque hasta el propio vivir es un permanente latido, un continuo bucear, una incesante tensión de verbos que han de ensamblarse para aflorar el poema perfecto, que es toda existencia. Ojalá volvamos a ser cantautores de certezas, gentes de bien en su integridad, personas de silencios compartidos. No se debe permitir la devaluación del ser humano. Pongamos la dignidad de todo caminante en el plan de globalización. Que no se dilapide ningún espíritu por falta de cariño. En lugar de don dinero, cotice el calor del alma.
Por otra parte, muy mal por aquellos que desestabilizan Gobiernos, que todo lo destruyen a su antojo. Ya globalizados, es el momento de conciliarse entre culturas, de reconciliarse los moradores entre sí, de fortalecer el estado de la poesía más pura, la que tanto nos hermana con la creación de oportunidades para todos. Ningún verso suelto. Todos en conjunto somos mejores. Que por mucho que un yo valga, que lo vale, nunca tendrá el valor más alto, el de un nosotros protegiendo toda luz, con la fuerza común de toda luminaria, haciendo convivencia, no conveniencia; creciendo en humanidad; viviendo por amor y conviviendo con amor, en definitiva. Sea así, así sea.
Víctor Corcoba
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