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Sucesión traumática

Correa no ve bien el diálogo de Lenín con sectores políticos y sociales a los que enfrentó.

Socorro Ramírez
De antemano se preveían discrepancias entre el saliente y el entrante presidente ecuatoriano. Rafael Correa se considera líder insustituible. Tal vez espera que su sucesor administre la crisis y mantenga el statu quo para regresar en el 2021 en busca de una reelección indefinida. Lenín Moreno prometió en la campaña presidencial “cambio en la continuidad”, reconciliación, lucha contra la corrupción. Desde su posesión se ha distanciado de quien lo postulara.
En los tres meses de gobierno han surgido divergencias de estilo y de fondo. Correa no ve bien el diálogo de Lenín con sectores políticos y sociales a los que enfrentó (medios de comunicación, indígenas, ambientalistas, empresarios). Lenín ve “preocupante” la situación de Venezuela; le inquietan la violencia y los presos políticos.
Con la economía en recesión, alto déficit fiscal, elevada deuda pública –que casi dobla el monto antes reconocido– y megaproyectos en mal estado, Lenín ordenó vender un avión presidencial, vehículos y edificios innecesarios del Estado, redujo el salario de altos funcionarios públicos y denunció que “no hay tal mesa servida” como había dicho Correa. “Ahora sabemos que no solo se gastó en demasía. Si seguimos por la misma senda hipotecaríamos el futuro del país”.

En los tres meses de gobierno
han surgido divergencias de estilo y de fondo

Correa le preguntó por qué en sus seis años de vicepresidencia no denunció irregularidades, lo calificó de mediocre, de querer diferenciarse dándole la razón a la oposición y de ser un lobo disfrazado de cordero, desleal y traidor de su legado. Ante el reordenamiento de las finanzas que anunció su sucesor alertó: “Preparan un paquetazo”. El ajuste puede ser impopular y afectar a Lenín, pero también perjudica la imagen que labró Correa de su década en el poder: eficiencia y buen manejo del boom petrolero.
Siete exministros de Correa son señalados de corrupción. Uno de ellos, Jorge Glas –coordinador del sector petrolero y de la contratación de hidroeléctricas–, aunque continuó como vicepresidente de Lenín, lo cuestionó en carta pública. Lenín le retiró las funciones que le había asignado y ante las denuncias desde Brasil, le respondió: “El dedo apunta cada vez más hacia usted”. La fiscal de instrucción señaló indicios de que Glas facilitó la corrupción de Odebrecht. El fiscal general condicionó su vinculación al proceso a una autorización de la Asamblea Legislativa –de mayoría correísta–, cuya junta ya se había negado a someterlo a un juicio político. La Corte de Justicia pidió a la Asamblea autorizar el enjuiciamiento penal de Glas.
Correa tuitea y retuitea: “Esto realmente es canallesco. Una verdadera puñalada en la espalda”. “Lo defendimos cuando lo acusaron a él (Lenín) de corrupto por vivir en Ginebra con presupuesto del Estado”, y exigió: “Que muestren, pero con pruebas, si Jorge Glas recibió 20 centavos; si no, a defender a nuestro vicepresidente”. Correa comparó su situación con la de Lula en Brasil y sentenció que, como el objetivo es inhabilitarlo, “la única salida de esto es vencer nuevamente”.
Las rivalidades en el correísmo perfilan un nuevo ciclo político en Ecuador. Alianza País (AP) no construyó un proyecto más allá del líder único y del control de los poderes públicos. Ahora, dividida y con diferencias sin procesar, intenta acercar al presidente y el expresidente. Sus bases se erosionan y se desarticula el Frente Unido, creado en el 2014 para respaldar la “revolución ciudadana”.
De la forma como se resuelva este conflicto dependerán, en buena medida, la relación de AP y de la Asamblea con el Gobierno, la duración del mandato de Lenín, la gobernabilidad y estabilidad de Ecuador. América Latina necesita liderazgos y procesos democráticos, no caudillos mesiánicos y autoritarios, así sean eficientes.
SOCORRO RAMÍREZ
Socorro Ramírez
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