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Pobreza y desigualdad en la abundancia

En Estados Unidos, como en casi todos los países del mundo desarrollado, la clase media empobrece.

La publicación en 1939 de la novela de John Steinbeck 'Las uvas de la ira', que narra el viacrucis de una familia de campesinos pobres que emigra de Oklahoma a California buscando aliviar su pobreza, provocó dos reacciones radicalmente encontradas en Estados Unidos.
Deslumbrados, los lectores la encumbraron a los primeros lugares de ventas, al tiempo que hubo autoridades que la incluyeron en una lista de novelas prohibidas y los ‘patriotas’ la quemaron en plazas públicas por considerarla “no americana”. Seis años antes, en la Opernplatz (hoy Bebelplatz) de Berlín y en otras ciudades de Alemania, los nazis quemaban los libros que consideraban “no alemanes”, “los libros que no pudieron escribir”, escribiría Thomas Mann en ese momento.
En 1962 fue Michael Harrington, con su libro 'La cultura de la pobreza' en Estados Unidos, quien develó que la nación más rica del mundo ocultaba a sus pobres. Según Harrington, en ese momento había 40 millones de pobres viviendo en ciudades y comunidades rurales de Estados Unidos, “que no solamente son abandonados y olvidados, sino que son invisibles”.
John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson se inspiraron en el libro para formular su estrategia de combate a la pobreza. Richard Nixon se dedicó a desmantelar muchos de los programas asistenciales heredados y colocó a Harrington en su lista negra.
La semana pasada, el relator especial de la ONU sobre la extrema pobreza y los derechos humanos, Philip Alston, nacido en Australia y profesor de derecho en la Universidad de Nueva York, presentó al Consejo de Derechos Humanos un informe en el cual revela que hoy, en Estados Unidos hay “cerca de 40 millones de personas en situación de pobreza, 18,5 millones en pobreza extrema y 5,3 millones en condiciones de pobreza absoluta propias del tercer mundo”.

La mayoría de los americanos trabajan más de 40 horas a la semana en empleos con salarios bajos, carecen de redes de seguridad adecuadas y de protección laboral.

Durante seis meses, Alston recorrió el país de California a Puerto Rico, pasando por Alabama, Georgia, West Virginia y la capital, Washington D. C., investigando para redactar el informe en el que muestra que “el sueño americano se está convirtiendo rápidamente en la ilusión estadounidense (...); la igualdad de oportunidades, tan apreciada en teoría, en la práctica es un mito, especialmente para las minorías y las mujeres, y también para muchos trabajadores blancos de clase media”. Estados Unidos, dice el informe, tiene la tasa más alta de pobreza juvenil, mortalidad infantil, encarcelamiento, desigualdad económica y obesidad en el mundo desarrollado.
Como suele suceder cuando se trata el tema de la pobreza en Estados Unidos, las reacciones al informe fueron encontradas. Nikki Haley, embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, lo descalificó aduciendo que “es ridículo que Naciones Unidas examine la pobreza en Estados Unidos” en vez de investigar lo que pasa en Burundi o en la República Democrática del Congo.
Su reacción fue cuestionada por más de 20 senadores demócratas que le pidieron reflexionar sobre un hecho incuestionable que se refleja en el informe: los tres hombres más ricos de Estados Unidos poseen más riqueza que la mitad de los ciudadanos situados en el estrato económico más bajo del país.
Haley no refutó los datos del informe que ilustran el predicamento del electorado de Trump. Lo que le disgustó fue que no se acusara a los inmigrantes y a otros países por la persistencia de la pobreza en el país y la atribuyera, correctamente, a causas internas. Según Gallup, la mayoría de los americanos trabajan más de 40 horas a la semana en empleos con salarios bajos, carecen de redes de seguridad adecuadas y de protección laboral. En Estados Unidos, como en casi todos los países del mundo desarrollado, la clase media empobrece, la desigualdad aumenta, la movilidad económica disminuye, y los pobres son cada vez más pobres.
SERGIO MUÑOZ BATA
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