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Luis Almagro, la pera del olmo

Celebro la valentía del secretario general de la OEA por ser fiel a sus principios democráticos.

Sergio Muñoz Bata
El liderazgo se demuestra actuando con valor, y por eso aplaudo la decisión del secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, de aceptar la invitación para viajar esta semana a Cuba a recibir en persona el premio Oswaldo Payá, en honor al disidente cubano fallecido misteriosamente en el 2012.
A la hora de escribir esta columna no se sabe si el Gobierno cubano le otorgará la visa necesaria para entrar a la isla, y tampoco si las autoridades cubanas permitirán que la ceremonia de premiación se lleve a cabo. Payá fue el dirigente del Movimiento Cristiano Liberación, un movimiento disidente que en un principio fue arropado por la Iglesia católica y luego abandonado cuando la institución logró un acomodo con el Gobierno. También lideró el Proyecto Varela, un movimiento popular que logró la hazaña de conseguir 11.000 firmas de cubanos que pedían un referéndum para promover cambios constitucionales.
El premio Payá es otorgado por la Red Latinoamericana de Jóvenes por la Democracia, que preside Rosa María Payá, hija de Oswaldo Payá, y su propósito es “levantar la voz” contra los abusos de los gobiernos de la región. Y es precisamente en este sentido en el que Almagro no podía desatender la invitación a recibirlo. Como secretario general de una institución llena de sombras y pocas luces, Almagro ha sido la pera del olmo al criticar las embestidas antidemocráticas de los gobiernos de la región.
La decisión de Almagro, sin embargo, ha desatado una polémica. Sus críticos anticipan que ante el desafío que él les presenta, el régimen cubano podría endurecer su postura frente a los pequeños grupos opositores. Otros argumentan que si se le niega a Almagro la entrada a la isla, se crearían tensiones en un momento delicado para las relaciones entre Cuba y Estados Unidos con el arribo de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Hay quienes creen que Trump está buscando un pretexto para deshacer el laborioso trabajo de Barack Obama al normalizar las relaciones diplomáticas entre ambos países.
Yo discrepo de los críticos. ¿Qué tanto más puede endurecerse una dictadura que lleva más de medio siglo en el poder? Tampoco creo que Trump necesite de un pretexto para replantear arbitrariamente el regreso a la hostilidad entre ambos países. Intentar predecir la conducta de un hombre impredecible es un empeño inútil.
Coincido, eso sí, con Peter Hakim, presidente emérito del Diálogo Interamericano, quien me dice: “Admiro mucho el valor de Almagro, quien, prácticamente solo en su institución, rinde homenaje a uno de los demócratas más inspiradores y creativos de Cuba. Payá sacrificó todo para promover la apertura política del régimen represivo y autoritario de Cuba, y Almagro es uno de los pocos líderes latinoamericanos dispuestos a honrarlos a él y a su trabajo”.
Hakim piensa, sin embargo, que le hubiera gustado más que este hubiera desarrollado “una estrategia para generar apoyo entre algunos gobiernos latinoamericanos para hacer un esfuerzo colectivo que alentara y presionara a Cuba hacia una apertura democrática”. A mí también me habría gustado que existiera esta opción, pero francamente no creo que los gobiernos de la región se unificarían para pedirle apertura a Cuba, y tampoco creo que aunque lo hicieran serviría de algo.
Celebro la valentía y la estatura moral de Luis Almagro por ser fiel a sus principios democráticos y por defender los derechos humanos, pero no creo que el futuro de Cuba dependa de su discurso ni de la voluntad del Presidente de Estados Unidos. Si algo hemos aprendido después de ver cómo han fracasado once presidentes estadounidenses tratando de liberar a la isla de la dictadura castrista, es que el futuro de Cuba depende de los cubanos.
Sergio Muñoz Bata
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