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¿Libertinas contra puritanas?

¿Es un acto puritano denunciar públicamente a los depredadores sexuales?

El ataque de un grupo de 100 intelectuales y artistas francesas contra el movimiento estadounidense #MeToo ha creado un profundo desencuentro entre las feministas.
Para el grupo, encabezado por la actriz Catherine Deneuve y las escritoras Catherine Millet y Catherine Robbe-Grillet, el movimiento #MeToo es “una cacería de brujas” promovida por un grupo de “puritanas anglosajonas” que sirve “a los intereses de los enemigos de la libertad sexual, de los extremistas religiosos, de los peores reaccionarios y de los que creen, en nombre de una concepción sustancial del bien y de la moral victoriana que lo acompaña, que las mujeres son seres “aparte”, niñas con rostro adulto reclamando que las protejan”.
Evidentemente, no todas las feministas concuerdan con ellas, y la reacción negativa a la carta de las 100 en Francia ha sido feroz. Las acusan de ser “apologistas de la violación sexual” y “defensoras de pederastas”. Desde Italia, la actriz Asia Argento, una de las primeras en acusar al productor de cine Harvey Weinstein, escribió: “Deneuve y otras mujeres francesas revelan al mundo cómo su interiorizada misoginia ha sido lobotomizada hasta el punto de no retorno”.
En Estados Unidos, la carta ha pasado básicamente desapercibida, aunque no han faltado críticas como la de la novelista Laila Lalami, que la describió como “la más clara explicación de por qué hombres como Woody Allen o Harvey Weinstein perduran”.
Es cierto que históricamente, como lúcidamente escribió Octavio Paz, Estados Unidos ha oscilado entre Epicuro y Calvino, viéndose a sí mismo “como una isla de virtud en el mar de perversidades de la historia universal”. Pero no creo que la postura de #MeToo sea puritana.
Por otro lado, sí es cierto que la sombra del Marqués de Sade (divino para algunos) pesa mucho en los y las intelectuales francesas. En su libro de memorias, La vida sexual de Catherine M., Millet detalla gráficamente sus experimentos sexuales; Catherine Robbe-Grillet, otra de las firmantes de la carta, escribe sobre temas sadomasoquistas inspirados en su vida real. Y hay quien sugiere que quizá Deneuve quedó marcada por su experiencia en la película de Luis Buñuel Belle de Jour.
La historia de fondo empezó cuando dos actrices denunciaron al productor de cine Harvey Weinstein, y la actriz Alyssa Milano invitó a las mujeres que habían sufrido hostigamiento sexual a tuitear #MeToo. En menos de 24 horas, medio millón de mujeres respondieron ampliando el universo para incluir a políticos, empresarios, artistas y otras figuras públicas. Hoy, el clamor es casi universal.
Para reforzar su argumento contra el puritanismo anglosajón, las 100 citan esfuerzos para censurar obras de arte de Schiele, Balthus y Antonioni. Concuerdo en que el revisionismo artístico sería peligroso e inaceptable, pero este problema antecede por mucho a los actuales movimientos pro igualdad de género.
Deneuve defiende a Roman Polanski alegando que su violación sexual a una niña sucedió hace 40 años y la víctima lo ha perdonado. Pero no menciona que hay por lo menos otras tres mujeres que lo acusan de haberlas violado cuando eran niñas. Y si bien las 100 aceptan que la violación es un crimen, condonan un “roce sexual en el metro... como un no acontecimiento... y defienden la libertad de importunar como indispensable a la libertad sexual”.
Para mí, esto es inaceptable; y espero que ahora que el Gobierno francés está elaborando legislación en contra del hostigamiento sexual en la calle, deje bien en claro su rechazo a este tipo de “libertades”. Si la prueba de fuego de una relación sexual es el consentimiento, es evidente que la mayor parte de las mujeres no condonan las conductas que a las autoras de la carta les parecen naturales.
SERGIO MUÑOZ BATA
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