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Entrevista a Sergio Ramírez

La entrega del premio a Ramírez se ensombreció por la salvaje represión del Gobierno de Nicaragua.

No exagero cuando escribo que la noticia de que Sergio Ramírez Mercado se convertía en el primer escritor centroamericano que ganaba el Premio Cervantes fue recibida con enorme alegría en todo el mundo de habla hispana, salvo en las entrañas del gobierno de su país, Nicaragua.
A más de un siglo de distancia, el camino del autor de obras entrañables como ‘Oficios compartidos’, ‘Margarita, está linda la mar’, ‘Adiós muchachos’ o ‘La fugitiva’ volvió a cruzarse con el de aquel nicaragüense que a principios del siglo XX fue reconocido por sus pares en España y en América Latina como el fundador del español literario moderno: Rubén Darío.
Desafortunadamente, la entrega del premio a Ramírez se ensombreció por la salvaje represión del Gobierno de Nicaragua a quienes protestaban contra la anunciada reforma del sistema de seguridad social. Agotados los subsidios de una Venezuela en quiebra, el presidente Daniel Ortega intentó cargarles la mano a jubilados, trabajadores y empresas aumentando sus cotizaciones al sistema de pensiones.
La sangrienta represión, que ya ha costado más de 50 vidas, no podía ser ignorada por Ramírez, quien, a la par de su quehacer literario, ha dedicado su vida a defender los derechos humanos.
“Dedico el premio –dijo Ramírez– a los nicaragüenses asesinados estos días por reclamar justicia”, a esos mismos nicaragüenses a los que la vocera del Gobierno, vicepresidenta y esposa de Ortega, Rosario Murillo, calificaba de “criminales” y “vampiros sedientos de sangre”.
Ante la crisis, en Nicaragua hay quienes abogan por la intervención de Estados Unidos en el conflicto. Yo discrepo. Pienso que una intervención unilateral del Gobierno estadounidense sería contraproducente al darle a Ortega un pretexto para mantenerse en el poder. Creo además que el nefasto historial de EE. UU. en Nicaragua, empezando con la aventura del mercenario William Walker en 1855, la intervención militar entre 1907 y 1934 y el tutelaje estadounidense de la dictadura de la familia Somoza, de 1936 a 1979, pesa demasiado para que los patriotas nicaragüenses respalden una nueva intervención.
Sin embargo, para resolver mis dudas, le escribí a Ramírez, y esto fue lo que me dijo:
–¿Debe Estados Unidos intervenir en Nicaragua?
–Las intervenciones para mí nunca han sido ni buenas ni deseables. Los que deben hacerse presentes son los organismos de derechos humanos, como la CIDH de la OEA y las Naciones Unidas para que investiguen a fondo la barbarie ocurrida, con una cuenta creciente de jóvenes asesinados que va ya por 47 comprobados.
La OEA debería citar al Consejo Permanente, pero parece que no hay mucha voluntad.
–¿Ayudaría a los nicaragüenses la intervención estadounidense o sería contraproducente?
–Hay en las tuberías del Congreso una ley que sanciona a Ortega –la Nica Act–, que duerme el sueño de los justos. Estados Unidos no ha prestado mucha atención a Nicaragua, salvo por el último discurso de Pence. Una iniciativa de Estados Unidos en solitario no sería producente.
–¿Es cierto que se está unificando la oposición a Ortega, incluyendo a empresarios y exsandinistas?
–En este momento, sí. Hay un frente común de Iglesia, empresa privada, sociedad civil, estudiantes. Si las elecciones fueran hoy, Ortega pierde por más del 80 por ciento de votos.
–¿Crees que los Ortega renunciarán a sus puestos?
–No. Están lejos de eso. Deberá venir una intensa doble presión, nacional e internacional.
–¿Cuáles son las demandas principales de la gente para el diálogo?
–Un cambio democrático. Un tribunal electoral creíble, elecciones verdaderas, independencia de las instituciones, libertad de expresión. Todo lo que Ortega no significa. Una transición inmediata, sin más violencia, es el sentir de la mayoría. Es decir, la salida de Ortega y su familia.
SERGIO MUÑOZ BATA
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