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Avances y retrocesos en las Américas

Es encomiable que la OEA haya despertado con Luis Almagro en el caso de Venezuela.

Qué lástima que la Organización de Estados Americanos no logró convencer a tres países más de que se unieran al repudio hemisférico contra el régimen autoritario de Nicolás Maduro en Venezuela. La propuesta, apoyada por los veinte Estados más grandes del hemisferio, no era excesiva ni injerencista. Exigirle al gobierno chavista que respete las instituciones venezolanas y no pase por encima de la Asamblea Nacional, elegida por los venezolanos, no es intervencionista; pedirle que permita la mediación de un grupo de países amigos para resolver una crisis social, política y económica que lleva meses y ha causado 75 muertos no es un acto inamistoso.
Por el contrario, “si la resolución hubiera asegurado el voto de dos tercios de los países miembros, la OEA habría adoptado una posición de consenso contundente sobre la cuestión venezolana y enviado un mensaje muy fuerte tanto al gobierno de Maduro como a la oposición” me dice Michael Shifter, presidente del centro de pensamiento Diálogo Interamericano, en Washington D. C. A fin de cuentas, dice Shifter, “Venezuela necesita negociar una solución de sus problemas”.
Qué desastre que Estados Unidos se desentendió del asunto y no ejerció la presión política y económica debida para que países como República Dominicana o Haití, o islas diminutas como Dominica, Trinidad y Tobago o Granada, se unieran a los 20 países grandes en la condena hemisférica contra el autoritarismo de Maduro.
Pero la lección es evidente: mientras Trump esté en el poder, no hay buena causa que cuente con el apoyo de EE. UU. Así lo reconoció la canciller alemana, Angela Merkel, cuando dijo que la Unión Europea ya no puede contar con sus aliados. Lo mismo sucedió en Canadá cuando su ministra de Asuntos Exteriores, Chrystia Freeland, anunció que aumentará su papel en el mundo para reforzar el “orden multilateral”. También Emmanuel Macron lamentó que EE. UU. le haya dado la espalda al mundo al renunciar al Acuerdo de París sobre el cambio climático.
Es, sin embargo, encomiable que la OEA, que con José Miguel Insulza hibernó, haya despertado con Luis Almagro como su secretario general. “Hoy, en Venezuela –ha dicho Almagro–, ningún ciudadano tiene posibilidades de hacer valer sus derechos; si el Gobierno desea encarcelarlos, lo hace; si desea torturarlos, los tortura; si lo desea, no los presenta a un juez; si lo desea, no instruye acusación fiscal. El ciudadano ha quedado completamente a merced de un régimen autoritario que niega los más elementales derechos”.
Aunque es lamentable que en México haya quienes critican a su gobierno por encabezar la reunión de la OEA, equiparando equivocadamente a los gobiernos de México y Venezuela. La democracia mexicana es frágil pero multipartidista; en Venezuela hay un régimen autoritario en vías de convertirse en dictadura. México tiene una enorme tarea pendiente en materia de derechos humanos, pero ni se opone a recibir observadores extranjeros, ni hay presos políticos ni represión sistemática de la oposición en la calle, como en Venezuela.
En México hay regiones en pésima situación económica, pero no hay escasez generalizada de alimentos y medicinas, como en Venezuela. Negarle a México la autoridad política, diplomática y moral para ayudar a promover la democracia en Venezuela es un desatino. No se trata de negar sus problemas ni de condonarlos, pero es evidente que ni México ni ninguno de los 20 países es Venezuela o Cuba. Aunque no faltan enajenados como el vocero de los padres de los 43 estudiantes desaparecidos en México, que dice que “Maduro es un ejemplo para todos” y que “le daría mucho gusto que el sistema de Venezuela fuera el que estuviera en México”.
¿Usted qué preferiría: vivir en la Venezuela de Maduro o en el México de Peña Nieto?
SERGIO MUÑOZ BATA
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