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Todo por las Farc

Demasías de Santos son incontables, su legado es nefasto a más no poder, no hay rubro que se salve.

En el 2010, la campaña Santos Presidente naufragaba en el mar tempestuoso de la ‘ola verde’. La salvaron dos cosas: el volver a identificar a Santos como el sucesor de Uribe y un río de dinero que le entró “a sus espaldas”, por donde tienen la ranurita las alcancías de marranito. Lo primero porque sin Uribe, Santos no habría sido ni alcalde de una ciudad de hierro (Jorge Robledo). Lo segundo, porque en política ningún monto es suficiente para los gastos de publicidad y el engrase de maquinarias; verbigracia, el tamal, las tejas, los buses, etc.
Ese año se violaron los topes de campaña. Bajo cuerda entraron, por lo menos, US$ 150.000 de Interbolsa y US$ 400.000 de Odebrecht, supuestamente convertidos en dos millones de afiches a través de la imprenta de ‘oto’ Otto (Félix Otto Rodríguez). Habría que ver si esa empresa tiene registros de las toneladas de papel y las canecadas de tinta que emplearon en la elaboración de los carteles o si, como creemos, esa platica se repartió al estilo del 8.000, envuelta en papel regalo, para pagar sufragios en esas regiones en que los votos se compran y se venden. El hecho es que, a 2.000 por dólar, el tope se violó de largo.
En el 2014, la cosa fue peor, pero lo intentan ocultar. Se sabe de por lo menos US$ 2 millones de Odebrecht que ingresaron bajo cuerda, por fuera de la contabilidad, violando los topes otra vez. “Infracciones administrativas”, diría Santos. Pero las cosas fueron más allá: el Gobierno se inventó el escándalo del ‘hacker’ para afectar la candidatura de Óscar Iván Zuluaga –Watergate se quedó en palotes– y en muchas regiones se denunció una masiva compra de votos. ¿Especulaciones?
Nada hay imposible para quien tiene la osadía de robarse un plebiscito a la luz del día y seguir posando de estadista. Todos sabemos que ganó el No, que solo se hicieron cambios cosméticos y que una servil Corte Constitucional estiró la moral como si fuera plastilina para dictaminar que una refrendación ‘popular’ podía ser suplantada por un Congreso genuflexo que lleva siete años saciándose del ‘barril de los puercos’. Y esa audacia de Santos fue espoleada por un premio Nobel que fue adjudicado por intereses políticos, como lo reconoció el propio Comité, y acaso también económicos, por lo que muchos piden que lo devuelva (Ramón Pérez-Maura, diario ABC de Madrid).
Hoy, el Presidente dice que “se acaba de enterar” de las corruptelas de sus campañas, cosa que más del 70 por ciento de los colombianos no le cree (Datexco). Lo cierto es que ya tenemos la película clara, aunque tal vez no la tengamos completa. Bien dice Marta Lucía Ramírez que el fin no justifica los medios ni por el pretexto de la paz, y es que, por firmar el acuerdo, Santos ha estado dispuesto a pagar el precio que sea, aun si ello implica la entrega del país a unas Farc que no pretenden ser oposición sino gobierno (‘Carlos Lozada’), dizque para ser como Venezuela, “porque el chavismo es un ejemplo a seguir” (‘Iván Márquez’).
En 1996, en una columna de EL TIEMPO, Juan Manuel Santos acusó a Ernesto Samper de “volcar todo el poder del Estado en función de darle oxígeno a un gobierno herido de muerte” y le sugirió que renunciara ante su escasa gobernabilidad. Hoy, esas palabras cobran vigencia, cuando a todo el país le va como a “perros en misa”, con excepción de las Farc. Las demasías de Santos son incontables, su legado es nefasto a más no poder, no hay rubro que se salve. Pero ni renuncia ni se somete a la revocatoria impulsada por la ciudadana Gladys Sánchez. Ya la hundirá de alguna forma. Aquí está y aquí se queda.
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Y empezó muy bien la campaña de Vargas Lleras con un acto que costó 150 millones de pesos. ¿Eso no es corrupción?
SAÚL HERNÁNDEZ BOLÍVAR
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