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Se salvó Colombia

Lo primero que salta a la vista con esta votación inesperada es una exigencia: ¡respeto!

Durante semanas, las encuestadoras anunciaban en coro un triunfo arrollador del Sí. Se hablaba de ventajas astronómicas, de siete a tres, y lo mínimo que presagiaban –junto a diversos analistas– era una dobleteada: 66 por ciento para el Sí, 33 por ciento para el No. Todo con el fin de direccionar el voto. Así que, aunque el No se impuso apenas por medio punto porcentual (cerca de 55.000 votos), el resultado es arrollador, una derrota absoluta de Santos que nadie esperaba.
Y es que todo estaba dado para la aprobación. El Gobierno dedicó toda su maquinaria y la de la Unidad Nacional a pedalear por el Sí. Se gastó ríos de ‘mermelada’ –de nuestros bolsillos– en maniqueos mensajes propagandísticos, prometió obras y recursos a cambio del voto, y hasta repartió mercados. De nuevo, en la costa Atlántica se habló de compra masiva de votos, aunque finalmente hubo una gran abstención: le achacarán la derrota al huracán Matthew.
Nos estigmatizaron. Desde hace cuatro años, Santos desató la estrategia de insultar y acobardar a cualquiera que se mostrara en desacuerdo con lo que estaba pasando en La Habana. ¡Qué no nos dijo! Como Chávez, que maltrataba a sus opositores con epítetos como escuálidos o pitiyanquis, este nos trató de tiburones, guerreristas, enemigos de la paz y cuanta barbaridad se le ocurrió. Los medios, con contadas excepciones, estaban totalmente entregados al Gobierno.
Hasta trajeron extranjeros a maltratarnos. ¿Qué comino nos importa lo que John Carlin opine sobre nuestra negativa al plebiscito? Allá él si siente vergüenza por la aprobación que sus compatriotas le dieron al brexit, pero venir a decir que los empresarios debían olvidarse de las ganancias y ocuparse de la paz, o tratar a James Rodríguez de cobarde, dizque por no apoyar el Sí, es un despropósito. Y qué tal el exguerrillero Pepe Mujica tratarnos de esquizofrénicos si no aprobábamos el acuerdo... Lo primero que salta a la vista con esta votación inesperada es una exigencia: ¡respeto!
En cuanto al fondo, la mayoría de los colombianos, incluyendo a millones que se quedaron amedrentados en sus casas, comprendió que la paz no se logra entregándoles un rosario de concesiones a criminales que ni muestran arrepentimiento; igualmente, que no se puede confiar el futuro a un gobierno que traicionó el mandato que recibió en el 2010; y, por supuesto, que no se pueden firmar documentos arrevesados con carácter inmodificable, así se prometa el cielo.
Bien dice el refrán que “de eso tan bueno no dan tanto”; y lo que todos los críticos han venido poniendo de manifiesto es que el acuerdo no necesariamente conduce a la paz sino que, por el contrario, lesiona gravemente el Estado de derecho. Y no era carreta solo del uribismo, también lo decían Andrés Pastrana, Jaime Castro, Pedro Medellín, José Gregorio Hernández, Jorge Arango, Jesús Vallejo, Hernando Yepes Arcila, Hernando Gómez y muchos más.
Las mayorías comprendieron que si bien hay que tener fe, optimismo y esperanza, no se puede tomar tremenda decisión por efecto de arrebatos emocionales, sino como resultado de juicios racionales. Un voto a ciegas no es un voto a conciencia, y lo que el Gobierno pretendía era que los colombianos metiéramos las manos en el fuego para sellar un pésimo negocio que ahora se podrá mejorar a menos que las Farc prefieran esperar en la selva a un “impertinente” Kfir. Ellos verán.
Por su parte, Santos sugirió en una entrevista que, en caso de perder el plebiscito, renunciaría. Claro que, ¿quién cree en Santos? De momento, se le aguó el Nobel, aunque al igual que Marroquín podrá decir que recibió un país y lo dividió en dos.
Ya vendrán más maquinaciones, pero, por ahora, se salvó Colombia.
Saúl Hernández Bolívar
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