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Un electorado huérfano

Todos ellos están pendientes de que se lance al ruedo el candidato que los aglutine.

Mauricio García hace referencia en una columna de ‘El Espectador’ el 29 de abril a un estudio académico que encontró que los hijos de ateos de varias nacionalidades son mejores personas (más altruistas y más compasivos) que los de padres religiosos. Posiblemente se le puede atribuir esta diferencia a que los religiosos creen que el “que reza y peca empata” y que pertenecer a una iglesia les da licencia moral para ser malas personas y proceden por ejemplo a abrazar el clientelismo, faltar a la verdad y a perseguir sin asomo de caridad a las minorías. Esta columna y la evidencia que aporta deberían bastar para cerrarle la boca al exprocurador Ordóñez y hacerle controlar su inclinación a arremeter contra determinados grupos de personas para hacerse propaganda.
Pero excepto por los que apoyan el referendo de Viviane Morales, que contraviene lo que deberían defender los liberales, no van a votar por Ordóñez los que no son fanáticas religiosas, ni siquiera los de derecha. El Centro Democrático tiene un electorado cautivo y sus candidatos. Los conservadores cuentan con varios más. Hay demasiados aspirantes y no todos ellos son controlados por Uribe, ni son todos paleolíticos. Vargas Lleras posiblemente intente capturar los votos de la derecha y probablemente atraiga a los menos radicales.
La izquierda también cuenta con electorado propio y un número excesivo de aspirantes a la presidencia con una probabilidad baja de que se unan o de que se alíen con los verdes que orientan Claudia López y Antonio Navarro, que son un cabo suelto que se debe tener en cuenta. No es inconcebible que Petro y Clara López encuentren una manera de colaborar, pero es difícil pensar que Robledo, Piedad Córdoba y las Farc quepan en esa alianza, o que esa sea la mejor carta que tienen Clara o las Farc. Ellos podrían jugar un papel más prominente y más promisorio en otras alianzas.
Esto deja por fuera y sin candidatos al electorado compuesto por personas que tienen una concepción liberal progresista de la sociedad, respetan los derechos y las libertades civiles de los demás, desean progresar y son partidarios de la democracia en un estado laico incluyente, equitativo y eficaz. Aspiran a vivir en paz, no quieren que Colombia emprenda aventuras extremistas y no se sienten cómodas con ayatolas en el poder ni con matones pendencieros o atravesados en la presidencia.
Entre ellos se cuentan los poscreyentes que se rigen por las normas civilizadas de una sociedad laica, los ateos y los escépticos; los que aceptan convivir con personas distintas, de variados orígenes étnicos, culturales, o preferencias. No creen que los homosexuales son malos padres, y piensan que el aborto es una decisión que le corresponde a la madre. Los que le temen a que se reinicie el conflicto, se reviva la seguridad democrática, se establezca un Estado confesional o una autocracia paternalista o carismática también forman parte de esta multitud diversa que conforma la Colombia moderna y progresista.
Todos ellos están pendientes de que se lance al ruedo el candidato que los aglutine. Este, además, debe tener algo para ofrecerles a la izquierda democrática y a los reinsertados. Pero los que poseen esos atributos están paralizados. Sus asesores les dicen que es prematuro echarse al agua. El escándalo de Odebrecht les secó las fuentes de financiación privada. No saben si lanzarse como independientes o dentro de un partido que puede contener una píldora envenenada. El que asoma la cabeza se expone a que lo abrumen con posverdades y falsedades, como les ha sucedido a De la Calle y a Fajardo. Pero el primero de ellos que se atreva puede arrebatarles a los demás un enorme electorado suelto que vota y está huérfano.
RUDOLF HOMMES
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