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Paz y control territorial

La Fuerza Pública tiene que responderle a la población para que ella no se someta a la disidencia.

Rudolf Hommes
Una pregunta que da vueltas desde hace años es por qué es tan difícil en Colombia consolidar el control territorial y no lo es en Ecuador o en Venezuela. Los ministros de Defensa generalmente evaden este tema o no reconocen que ese control no se ejerce, y son pocas las ocasiones en las que se les puede hacer esa pregunta a los altos mandos. Este momento es apropiado para una discusión pública sobre ese punto en la que deberían participar no solamente los ministros y los generales. También deben hacerlo los académicos y periodistas especialistas en estos asuntos y líderes de las comunidades afectadas, quienes son los que más pueden aportar a la discusión.
Un artículo de Salud Hernández-Mora sobre el asesinato de un joven deportista en Miraflores, Guaviare, porque supuestamente colaboraba con la Brigada 51 del Ejército, volvió a atizar el interés sobre esta inquietud recurrente. La población de ese municipio se pregunta, con razón, por qué el Gobierno la ha dejado sola y no hace nada para controlar a los disidentes si se sabe que allí está operando el frente primero de las Farc, que ya cuenta con 300 integrantes (EL TIEMPO, 15-9-2017).
El ministro de Defensa y los altos mandos han declarado reiteradamente que van a combatir y a someter a los disidentes. No tienen otra alternativa porque si dejan que se fortalezcan, como lo están haciendo en el Guaviare, pondrían en serio peligro el proceso de paz. Si no se reconoce que no tienen el control y no actúan, darían la señal de que van a dejar que se establezca de nuevo la guerrilla, lo que equivaldría a echar a la caneca el esfuerzo de los últimos cinco años. La Fuerza Pública tiene que responderle a la población para que ella no llegue a la conclusión de que debe someterse a la disidencia porque “al Gobierno le quedó grande controlar el territorio”, como le dijo a Salud Hernández-Mora un habitante de Miraflores.
Otro problema relacionado es el de las garantías en las próximas elecciones para los nuevos actores políticos en las regiones en las que el control del Estado es débil o inexistente. Las investigaciones sobre el comportamiento de las élites regionales cuando ven amenazado su poder muestran que hay un serio riesgo de que acudan a la violencia para preservar su dominio político territorial, especialmente si perciben que el desafío proviene de la izquierda. Un estudio publicado por el Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico (Cede), de Uniandes, ha detectado en elecciones locales reñidas que si el ganador es de derecha, no se elevan los niveles de violencia, pero si es de izquierda, aumenta la violencia paramilitar en el año de las próximas elecciones. Esto pone seriamente en desventaja a los partidos de izquierda y no les permite desarrollarse (Leopoldo Fergusson, Pablo Querubín, Nelson A. Ruiz y Juan F. Vargas, ‘La verdadera maldición del ganador’).
Los resultados estadísticos de estos estudios son ampliamente respaldados por la evidencia histórica en municipios y localidades donde la izquierda ganó o estuvo a punto de ganar en elecciones y posteriormente fueron blanco de ataques, masacres y recrudecimiento de actividad paramilitar. Los investigadores se preguntan por qué esperaban los instigadores de esta violencia a que ganaran sus opositores para responderles de esa manera y no actuaron antes de las elecciones. Lamentablemente, los acontecimientos parecen estarles dando la respuesta. Los recientes asesinatos de numerosos líderes sociales en los territorios no suceden por casualidad ni son casos aislados.
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El Partido Liberal no le exige a Viviane Morales que renuncie a sus valores y a sus creencias, pero sí que no intente regular con base en ellos aspectos de la sociedad que deben ser respetados por todos.
RUDOLF HOMMES
Rudolf Hommes
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