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De la Calle es un candidato viable para las elecciones pero hay que reinventar el Partido Liberal.

Rudolf Hommes
La votación en la consulta liberal del domingo pasado dejó muchas inquietudes, un cúmulo de desafíos y por lo menos dos cosas en claro: que Humberto de la Calle es un candidato viable en las próximas elecciones presidenciales y que es indispensable reinventar el Partido Liberal. Si esto último no se logra o no se crea una coalición que desempeñe ese papel, el país corre el peligro de que se acentúe la polarización y se cuente solamente con la opción de escoger entre la extrema izquierda y la extrema derecha, o que no se pueda votar en la segunda vuelta sino a favor o en contra de matices de la derecha, como predicen algunos observadores que ven viables para llegar a la segunda vuelta únicamente a Marta Lucía Ramírez y Germán Vargas.
Lo que conspira en primer lugar contra la posibilidad de reinventar el Partido Liberal es que ha perdido la condición que tenía de ser el baluarte desde el cual se defendían y promovían los principios democráticos, la justicia social, los derechos de los débiles y la visión seglar y humanitaria del mundo que por fuera se conoce como liberalismo democrático.
En Colombia vamos a tener que ponerles otro nombre a estos principios porque la palabra ‘liberalismo’, aun si la acompaña un adjetivo que evoca justicia y equidad social como en ‘liberalismo igualitario’, no se libra completamente de la mala imagen del partido y el poco entusiasmo que despierta, especialmente entre las juventudes y la población pobre.
De la Calle ganó en Bogotá porque obtuvo voto de opinión de jóvenes, de mujeres y de quienes temen que el país caiga en manos de la extrema derecha, pero el partido en su conjunto tuvo poca acogida en los barrios populares y entre los votantes de altos ingresos. Va a costar trabajo reformarlo y ubicarlo un poco más a la izquierda porque para hacerlo se les debe dar prioridad a los objetivos de política social, a los principios democráticos, a la transparencia y a marchitar el clientelismo o liberar definitivamente al partido de esta manera de hacer política. La maquinaria electoral puede oponerse a ello, como ya lo demostró en la consulta.
También ha surgido un conato de disidencia, liderado por Juan Manuel Galán, que cuenta con el apoyo de despechados como Viviane Morales, que ahora desentonaría más que nunca en un partido que va a buscar mayor protección para las minorías y la no discriminación; Sofía Gaviria, que se opone a la paz; Alfonso Gómez M., que renunció al partido dando un portazo y no tiene por qué estar haciéndole exigencias, y otros pocos. Candidatos que podrían ser aliados del liberalismo en las elecciones presidenciales ya han descartado públicamente esa posibilidad, aunque seguramente estarían dispuestos y hasta interesados en contar con el apoyo de Humberto de la Calle por su prestigio, capacidades y atención de los medios.
Lo interesante de la situación en la que él se encuentra es que no va a andar detrás de otros a ver si lo dejan entrar. Pero está dispuesto a trabajar con los que compartan con él el deseo de inducir y promover cambio para derrotar a quienes no lo quieren. Se va a asociar con los que han “presentado candidaturas a favor de la paz y contra toda forma de corrupción”; con quienes defienden “las libertades civiles, los derechos humanos, la libertad económica”, el trabajo, “y el respeto a las ideas ajenas”; y con los que también se sienten obligados a “equilibrar las posibilidades de todos” y el acceso al Estado y sus servicios. Es posible que prefiera colaborar con los que buscan erradicar la pobreza extrema tanto en el campo como en las ciudades y creen necesario que los impuestos y el gasto público tengan como efecto reducir la desigualdad, sin perjudicar la productividad ni el desarrollo empresarial acelerado.
RUDOLF HOMMES
Rudolf Hommes
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