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Prisión

Tiene que servirle a este país que Andrés Camargo se haya pasado sus últimas dos décadas respetando las sentencias discutibles como un hombre íntegro de otro tiempo.

Colombia fue, en julio, este país en el que todo el peso de la ley le cae a un hombre bueno llamado Andrés Camargo. Por supuesto, también fue, del 1 al 31, la nación futbolera que quiere comerse vivo a Nairo Quintana por no ganar el Tour de Francia; el barrio de homofóbicos que cree que “lo normal” es poner en manos de las barras bravas la suerte de la adopción igualitaria; la tierra de nadie que, por mezquindad, terquedad o psicopatía, ha tardado demasiado en verle el lado bueno a un acuerdo de paz luego de cincuenta años de guerra; el lejano Oeste que reclama al nuevo Fiscal, que por su vasta trayectoria pública bien podría ser llamado “el rey del despacho”, una justicia que no sea peor que la enfermedad; las calles sin Dios ni ley que los taxistas planean bloquear para vengarse de Uber: “no vamos a dar la hora ni el día...”, amenazó su representante.
Pero, mientras los expresidentes se portan como si Colombia les estuviera debiendo un aplauso, mientras los pocos corruptos capturados regatean su propia justicia, el señor Camargo –el exdirector del IDU que desde el 2008 ha estado pagando con cárcel un par de costosos errores técnicos de su administración– pasa otro día más en prisión como si fuera el único colombiano que acata sus condenas.
Yo me rindo. Explíqueles usted a los extraterrestres, que ya vendrán a pedirnos cuentas una noche de estas, por qué diablos no ha servido para nada ni la petición de absolución de la Procuraduría ni un fallo favorable de la Corte Constitucional ni la dignidad con la que Camargo –que no se robó un solo peso– ha llevado aquello de no ser tratado por la Corte Suprema como un funcionario imprudente sino como un corrupto peligroso e inexcusable que tiene que irse a la cárcel. Tiene que servirle a este país, como sirve una fábula, que este hombre se haya pasado sus últimas dos décadas respetando las sentencias discutibles como un hombre íntegro de otro tiempo: tiene que llegar por fin el día en el que la solución a la justicia no sea irse o portarse desafiante.
Tiene que llegar el día en el que entendamos que pronto seguiremos nosotros, cualquiera de nosotros, en el paredón de los inocentes, si los organismos de control y los tribunales no consiguen librarse de la tentación de la política.
Este lunes, que empezó agosto como una nueva oportunidad para salvar este año, el Presidente de la República posesionó al nuevo Fiscal General de la Nación con la esperanza de que encuentre respuestas a las tramas corruptas de Saludcoop, de Caprecom, de Interbolsa, de los Juegos Nacionales, de La Guajira. Respondió el fiscal Martínez: “Vamos a quebrarle el espinazo a la impunidad”. Y dudo mucho que a alguien que no sea de su familia le haya conmovido la escena, ay, otro Fiscal criollo prometiéndoles a las cámaras que sí hará su trabajo. Qué habrá pensado Camargo en su prisión. Qué tanta fe le quedará en este sistema que es una kafkiana línea de atención al cliente, una conspiración. Cómo se habrá tomado el “¡que tiemblen los corruptos!”, de superhéroe, que gritó Martínez en El Espectador.
Se han ido volando estos años como se fue volando julio del 2016, pero no para el encarcelado Andrés Camargo: Colombia está llena, desde el mundo del fútbol hasta el mundo de la política, de corruptos vehementes que se declaran intachables porque pocas veces se prueba lo contrario; Colombia es este noticiero de lo urgente que no alcanza a informar lo importante. Y la historia de Camargo, que no hace parte de los podridos ni de los ladinos, sino de los cientos de miles de colombianos íntegros que un mal día corrieron el riesgo de ser funcionarios, no puede quedar sepultada bajo los titulares: lo que está pasando aquí es esta justicia.
Ricardo Silva Romero
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