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Manada

En estos últimos años sí que ha convertido al prójimo en pandilla, en barra brava.

Creo que, en el fondo, todas las columnas de hoy son sobre las tales redes sociales. Pues, como usted mismo puede ver, las redes les sirven a la solidaridad, a la articulación de las realidades, a la celebración de lo humano. Pero también –y no sé si sea mejor decir que “sobre todo”– le han estado haciendo las cosas mucho más fáciles a la peligrosa mentalidad de muchedumbre, de manada.
Que empezó cuando empezaron las tribus. Que ha sido estudiada minuciosamente por los psicólogos sociales desde finales del siglo XIX hasta ayer: desde 'Las leyes de la imitación' (1890) hasta 'The Tipping Point' (2000). Que en estos últimos años sí que ha convertido al prójimo en pandilla, en barra brava. Ha estado sustituyendo la justicia como la sustituye la venganza: sin verdad ni reparación ni pena. Y ha entorpecido la política hasta ponerla entre comillas.
Por obra y gracia de la mentalidad de hashtag, que en el peor de los casos es mentalidad de estigma, esos portales editados por los esbirros de los inescrupulosos sueltan titulares que son lápidas al gusto del consumidor; los trolls a sueldo expelen por WhatsApp rumores como –qué carajo– que los repugnantes atentados del Eln estaban pactados o que el censo se les entregará a las Farc; los que piensan diferente a “los decentes unidos” prefieren quedarse callados para no morir tan jóvenes en ese Gólgota; los uribistas linchan a Vargas porque los varguistas están linchando a Uribe hasta que los dos desayunan juntos; los coleros derechosos de las encuestas prometen que acabarán con una paz que ya va en la justicia, y los punteros progresistas sopesan cada palabra y cada gesto y cada socio antes de publicarlo en su Facebook.

Las redes han empujado a nuestros candidatos a renegar de los impopulares partidos como si no fueran políticos curtidos sino bachilleres sorprendidos por Colombia.

Dice Semana que las presidenciales de este año son una “lucha de egos” de esas que solo supera la derecha. Cuenta EL TIEMPO que esta es la “primera campaña en la que los aspirantes por firmas son la mayoría”. Creo que las redes han empujado a nuestros candidatos a renegar de los impopulares partidos como si no fueran políticos curtidos sino bachilleres sorprendidos por Colombia: “el Partido Liberal es una ratonera”, “el Partido Conservador es una pocilga”. Creo que las redes les han enseñado que hoy no hay partidarios sino seguidores con vocación de fanáticos –firmas huecas, votos arrepentidos desde ya– que seis meses después pueden volverse sus lapidadores e inaugurar el desgobierno. Creo que las redes los han llenado de miedos: todo se les ha vuelto tóxico, desde “la paz” hasta “la equidad”, porque en las redes cualquier palabra puede ser usada en su contra.
Y en las redes hay demasiados publicadores de verdades a medias y demasiados repartidores de odio listos a lanzar pedazos de sus rivales a las fieras.
Dan ganas de salir de allí: de aquí. Pero salirse de las redes sociales, que hoy es el equivalente a escaparse de este ruido sordo y mudarse a una casita en las montañas que tenga el cielo más cerca, es igual que callarse por el bien de uno mismo y dejarles el mundo a las turbas: “me rindo”. Facebook, como diciendo que ya no da un peso por la humanidad, ha cambiado su algoritmo para privilegiar las publicaciones de los amigos e impedir la propagación de las noticias falsas. Y sin embargo hay que dejar de temer. Hay que plantárseles a los cínicos y a los fabricantes de listas negras y a los repetidores de mentiras –hay que plantársele a la mentalidad de manada– hasta el último día. Hay que seguir celebrando que todo el mundo tenga una voz.
Y en plena campaña hay que saber que esta derecha, que siempre va unida porque su ideología es el poder, no va a pensárselo dos veces a la hora de gritarle a la multitud histérica que ahora sí viene el comunismo: es como si el Eln trabajara para ellos.
RICARDO SILVA ROMERO
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