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Líderes

Los líderes y los defensores de las minorías y las víctimas van a señalar la desidia del Estado.

Queda uno mudo. Y con la sensación contagiosa, de profecía cumplida, de que el “no” del plebiscito se ha vuelto el Gobierno. Se aleja un par de días de las redes sociales, plagadas de policías secretas y de jueces intachables a los que sí les duele el país porque sí han leído sobre su violencia, para no vararse en la peor de las cinco etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión, aceptación. Y ya que se ha llegado al final de otra novedosa puesta en escena de la tragedia de siempre, ya que se ha llegado a la última línea de otra crónica de otra derrota anunciada –y, como en octubre de 2016, ha vuelto a la prensa la sonrisa con todos los dientes del expresidente Uribe–, se tarda más de la cuenta en sobreponerse al malestar: en escribir que en Colombia los presidentes ya no pueden hacer lo que les dé la gana impunemente.
El presidente Duque ganó las elecciones por más de dos millones de votos –de ciudadanos libres, sí, también ellos lo son– rodeado por un “quién es quién” del cinismo nacional. Pero, aun cuando su primera jugada desde el cargo haya sido enredar la JEP, aun cuando a estas alturas no se sepa qué tan buena noticia es que haya llegado al poder un hombre de mi generación, es probable que Duque tenga claro que las sociedades ya no se decretan, que gracias a los acuerdos con las Farc estas fueron las elecciones más pacíficas de la historia, que en tiempos de redes e impopularidades exprés no será suficiente, para él, solo hablar la lengua de algunos de sus electores, y que no son los cambios sociales los que van detrás de los políticos, sino los políticos los que deben alcanzar el tren de los cambios sociales.

No son los cambios sociales los que van detrás de los políticos, sino los políticos los que deben alcanzar el tren de los cambios sociales.

Estoy diciendo que, pase lo que pase, Duque no solo tendrá que gobernar el país lleno de matices que hoy lo celebra, sino estar a la altura de otro más, más allá de los gobiernos fugaces, en el que Jineth Bedoya va a repetir que “no es hora de callar” sobre la violencia sexual; Carlos González Puche va a partirse el alma, sin entretiempos, para que los futbolistas sean respetados como trabajadores antes y después de los mundiales; Mauricio Albarracín y Elizabeth Castillo y Lina Cuéllar y Marcela Sánchez van a defender sin ambages ni miedos los derechos de los colombianos LGBTI; Mónica Roa y Florence Thomas y Cristina Villarreal van a reivindicar los derechos reproductivos como llamando a la justicia social; Doris Salcedo va a cubrir la plaza de Bolívar hasta que dejemos de matarnos; Martha Bello y Cristina Lleras y Gonzalo Sánchez y María Emma Wills van a custodiar la memoria de esta guerra hasta que por fin sea el pasado; Silvia Helena Gómez y Francia Márquez y Manuel Rodríguez van a pararse frente a los buldóceres que quieren llevarse por delante estas tierras; Catalina Botero y Mauricio García y César Rodríguez y Rodrigo Uprimny van a probar que las leyes no riñen con las libertades; los líderes sociales y los defensores de las minorías y las víctimas van a señalar la desidia del Estado; la gente de la MOE va a constatar el declive de las maquinarias; los periodistas serios, que eluden la lagartería, el matoneo y el activismo, van a decirnos la verdad apenas la sepan, y las oenegés de paz, de la FIP a Indepaz, van a documentar este optimismo nuestro que parte de la base del horror, y así en muchas ventanas de muchos edificios de Colombia.
No. Nada está perdido. Esta semana, mientras los congresistas resabiados jugaban ese juego de mesa que pone a tantos inocentes en suspenso, los líderes que han estado abriendo espacios en esta sociedad se dedicaron a pesar de todo a hacer lo que han estado haciendo en estos últimos gobiernos: a trabajar para que nadie pase por encima de los derechos de nadie acá en Colombia.
RICARDO SILVA ROMERO
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