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Gavirismo

Hay que ser muy frío para andar por ahí ofreciéndole al mejor postor el viejo Partido Liberal.

Yo no digo que el expresidente César Gaviria no sea un tipo brillante ni un sagacísimo intérprete de la política colombiana: yo lo que digo es que es el fundador de una clase política hecha de frívolos sin votos propios –33 % bien intencionados, 33 % buenas vidas, 33 % cínicos– que no solo ponen cara de tecnócratas cuando no están portándose como manzanillos, sino que se van de shopping a París para olvidar las elecciones que pierden por culpa de “este país de cafres que no cambia...”. Yo no digo que Gaviria no tenga claro a dónde irá a dar esta campaña sin fin que nos tiene a todos haciendo cábalas inútiles. Yo lo que digo es que hay que ser muy frío para andar por ahí ofreciéndole al mejor postor el viejo Partido Liberal, que él preside, como sepultando en vida a su extraordinario candidato: Humberto de la Calle.
Me explico: el domingo 8 de abril, justo a la hora en la que uno empieza a pensar que este país es un lunes, se me atragantó aquella entrevista en EL TIEMPO en la que Gaviria parece listo a creer que –dado que “es evidente que no hay suficiente asociación de nuestro candidato Humberto de la Calle con el pueblo liberal”– lo mejor es irle ofreciendo el antiguo “partido de las mayorías” a la derecha uribista de Duque o al “centro” de Vargas. Quizás la palabra sea “pragmatismo”. Tal vez la palabra sea “astucia”. Pero al día siguiente, en la conmemoración de ese 9 de abril en el que el jefe liberal fue asesinado por la espalda y el país cayó en la tentación de destruirse a sí mismo de una buena vez, me pareció claro que la palabra precisa era “decadencia”: adiós, Partido Liberal, he aquí otro ejemplo de la historia convertida en farsa.

Hay que ser César Gaviria, y estar haciendo historia de tanto despreciarla, para reducir la enorme autoridad de De la Calle a una inversión en la campaña que gane: uribista o varguista.

El lunes 9 el exguerrillero Jesús Santrich fue capturado por supuesto tráfico de drogas, a petición de la DEA, para que cada quien dijera su propio “yo les dije”. Pero solo a De la Calle, que estuvo al frente de la Constitución pacifista de 1991 y se pasó cinco años en La Habana liderando el milagro de acabar con las Farc, le sonó justo el “yo les dije que el acuerdo de paz no les entregaba ni un centímetro de país a las Farc”: “Quien no cumpla con lo pactado deberá enfrentar el rigor de la justicia” y “ni se tomaron el poder, ni permitimos la impunidad”, escribió en su cuenta de Twitter como un líder liberal del lado de la ley. Hay que ser César Gaviria, y estar haciendo historia de tanto despreciarla, para reducir la enorme autoridad de De la Calle –cincuenta días antes de la primera vuelta– a una inversión en la campaña que gane: uribista o varguista.
El martes 10 los congresistas del Partido Liberal confirmaron su tardío respaldo –o lo que sea– a De la Calle. Y les sonó forzado y cansino, a plan B del propio Gaviria, en un país vivo y con ganas de vivir que el 11 de marzo probó que está votando más que nunca, que está recobrando la pasión por celebrar y cuestionar a sus candidatos, que en la noche de ese martes temblaba porque, luego de un debate sobre la corrupción en los POT, el senador Carlos Fernando Galán –hijo del jefe liberal asesinado cuya imagen heredó Gaviria– había encarado las calumnias iracundas del expresidente Uribe con la frase “mi padre me enseñó que la política es incompatible con los negocios”. Quiero decir que si al “liberalismo” de hoy le da igual todo lo de este país reavivado, De la Calle, Uribe o Vargas, es porque lo que ha llegado tambaleando hasta acá se llama gavirismo.
Dios mío: concédenos al menos expresidentes que nos dejen en paz, que traicionen la tradición de portarse como amos y señores de lo nuestro, que se vayan por fin a cumplir con el lugar común de ser viejos sabios en vez de dedicarse a intrigar y a reducir su legado a la maquiavélica defensa de su legado.
RICARDO SILVA ROMERO
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