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Democracia

Doy por estropeados a los políticos que ya fueron y no tienen la dignidad de callarse e irse.

¿Han visto un partido de fútbol sin volumen porque el ruido está volviéndolos locos? Pues bien: así hay que vivir en Colombia. Es que es la edad del eco. Y parece que no hubiera cuerpos sino medios. Y no hubiera hechos sino temas, vaticinios. Y, siguiendo la comparación en la que me metí por mi cuenta y riesgo, es como si todos –los locutores, los hinchas mansos, las barras bravas, los que solo pasaban por ahí, los técnicos, los jugadores– no solo narraran, sino que al mismo tiempo comentaran el partido sin dar tregua, y además el partido no acabara nunca.
Seguro que hubo antes envalentonados que gritaban “¡James Rodríguez hizo pistola!: ¡fuera del equipo!”, e inescrupulosos que le declaraban la guerra a Venezuela como jugando Risk, e inconscientes que hacían justicia por lengua propia, e ilusos que pensaban que Trump iba a salvar la democracia, e idiotas que mandaban a la cocina a la valiente periodista Andrea Guerrero por reclamar lo mínimo, pero sus burradas no quedaban grabadas en mármol: aún era posible decirse “allá ellos”.
Digo esto, por supuesto, para acabar diciendo que no tiene por qué ser así: que en tiempos de redes sociales, cuando los gobernantes serán populares por 15 minutos, y solo por 15, y si acaso por 15, todavía es posible una ciudadanía que no lapide por principio ni tumbe por defecto ni caiga en la trampa de vengarse de la decepcionante democracia eligiendo al traicionero populismo.

Las elecciones de 2018 son una rara oportunidad de reemplazar a Santos –por ejemplo– por alguien que siga lo que él hizo bien, pero que deje de engordar a la clase política corrupta.

Doy por malogrados a los políticos que sabemos: de qué podría perderse uno hoy, en la era de las retahílas, si pusiera en silencio el televisor mientras los corruptos de principios de siglo señalan a los herederos de su corrupción; mientras ciertos ministros, pisoteadores de la dignidad, se encogen de hombros ante los 6.165 “no” en la consulta sobre la minería convocada por la Alcaldía de Cajamarca; mientras Uribe ataca a Santos por enésima vez: sin volumen, como una foto que se mueve, Uribe no es sino un ceño que se quedó fruncido y unas muecas sin paz.
Doy por estropeados a los políticos malsanos que ya fueron –y ya tuvieron su turno y repitieron– y no tienen adentro la dignidad de callarse e irse. Pero, quizás porque tener hijos es ver el horizonte medio lleno, quizás porque en tiempos enrarecidos la mejor idea es ver lo obvio, tengo claro que en Colombia sigue habiendo políticos que hacen ver inteligentes a sus electores y sospecho que un país que tiene candidatos presidenciales como Humberto de la Calle y Claudia López y Sergio Fajardo no ha perdido la vocación a sobreponerse.
Y me parece claro que, mientras aún tenga la suerte de naufragar en la democracia, la ciudadanía siempre está a tiempo: a tiempo de ser autocrítica, de liderarse, de defender su dignidad, de respirar hondo antes de ver el apocalipsis, de lograr que la corrupción no tape la violencia ahora que la violencia ha dejado de tapar la corrupción, de no marchar detrás de los redentores que la crucificaron, de reconocer que ha elegido a quienes ha querido echarles la culpa, de atravesar las crisis con más astucia que ira, de esperar a la próxima fecha, y criticar, y lidiar con la propia indignación, y hacer pistola, antes de pedir la cabeza de Santos –por ejemplo– como pidiendo la cabeza de Pékerman.
Las elecciones de 2018 son una rara oportunidad de reemplazar a Santos –por ejemplo– por alguien que siga lo que él hizo bien, pero que deje de engordar a la clase política corrupta y violenta que se nos ha apropiado del discurso contra la corrupción y la violencia: cuando uno le baja el volumen a un país, mientras aún tiene la suerte de padecer una democracia, ve con alivio que la gracia del asunto es que no sean los ciudadanos, sino sus líderes, quienes estén de paso.
RICARDO SILVA ROMERO
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