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El nuevo mal del siglo

La nueva e inquietante sorpresa es la aparición de un populismo de derecha que amenaza con cambiar el panorama político, económico y social de los EE. UU. y de Europa.

Durante mucho tiempo se creyó que el populismo era un fenómeno exclusivo de América Latina. De Perón a Chávez, su recorrido en el continente fue largo y tumultuoso. Venezuela es hoy su último y desastroso bastión. Como lo hemos visto allí, la lucha contra el hambre –su bandera predilecta para llegar al poder– termina en hambre.
Contra lo que podía vaticinar este último desastre, un populismo de signo marxista haría por primera vez su aparición al otro lado del Atlántico con el partido Podemos en España. Su líder, Pablo Iglesias, fiel discípulo de Hugo Chávez, logró, como él, ganar a su favor el descontento del ciudadano del común con el mundo político tradicional. Al Partido Socialista le ha sustraído muchos adeptos. Marchas, denuncias, pronunciamientos y propuestas inmediatas de cambio son parte de los efectos mediáticos que atraen a favor suyo al desengañado elector.
Pero la nueva e inquietante sorpresa que nos trae este tiempo es la aparición de un populismo de derecha que amenaza con cambiar el panorama político, económico y social de los Estados Unidos, con el triunfo de Trump, y de Europa, con el avance significativo de movimientos y partidos como los de Marie Le Pen en Francia, el de Geert Wilders en los Países Bajos, Harold Vilimsky en Austria, Matteo Salvini en Italia y de Frauke Petry en Alemania. Todos ellos representan un candente renacimiento del nacionalismo de otros tiempos, contrario a la globalización, a los compromisos de la Unión Europea, a toda competencia impuesta por el libre mercado y al ingreso de inmigrantes musulmanes de Irak, Siria, Libia, Irán y otros países del Medio Oriente. La islamofobia, que domina estas corrientes políticas, ve en todo musulmán un posible agente o cómplice del terrorismo.
Según el analista chileno Axel Káiser y la politóloga guatemalteca Gloria Álvarez, autores de un libro sobre este tema tan actual, las cinco desviaciones que se advierten en el populismo son, en primer término, un desprecio por la libertad individual y una correspondiente idolatría por el Estado. La segunda desviación es el complejo de víctima, según el cual los males que nos aquejan provienen de voraces oligarquías políticas ligadas al poder; la tercera es la paranoia antiliberal; la cuarta, el disfraz democrático que visten los regímenes populistas; y la quinta, la falsa obsesión igualitaria que solo consigue –una vez se hacen dueños del poder– extender la pobreza a todos los niveles de la sociedad, con la sola excepción de ellos.
En suma, el populismo impone un Estado que todo lo controla y que pretende realizar de manera autocrática un manejo de la economía apoyándose en viejos y falsos diagnósticos sobre la pobreza, el atraso, la dependencia de intereses foráneos, las carencias educativas y un discurso político más propenso a suscitar emociones e ilusiones que a enfrentar y modificar la realidad. Bastan una coyuntura propicia como el descrédito de la clase política tradicional, la burocracia y una corrupción ligada al poder para que a favor de estos factores atávicos el espectro populista vuelva a surgir.
No olvidemos que buena parte de América Latina ha sufrido el embate del populismo. A la sombra de Fidel Castro y con la engañosa fábula de imponer un nuevo modelo de sociedad, Hugo Chávez, Néstor y Cristina Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, Dilma Rousseff y Michelle Bachelet intentaron consolidar en sus países el socialismo del siglo XXI. Podría decirse que esta experiencia fracasó, pero de este engaño no está exenta Colombia. Valiéndose del descontento con la clase política, las elecciones del 2018 pueden abrir la puerta a una alternativa de cambio muy próxima a esta corriente. Entre tanto, Trump sorprende al mundo entero con sus abruptas medidas nacionalistas. El suyo es, ciertamente, un populismo de derecha de impredecibles consecuencias.
Plinio Apuleyo Mendoza
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