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¿Para dónde vamos?

El que el no en el plebiscito aventaje por primera vez al sí, demuele el mito de que solo se trata de un enfrentamiento entre supuestos amigos de la guerra y amigos de la paz.

Nos lo preguntamos todos. En realidad, creo que nadie lo sabe. Ni siquiera el propio presidente Santos, a pesar de sus derroches publicitarios que nos pintan un fascinante futuro.
La encuesta publicada por Semana y RCN revela una realidad hasta ahora desconocida: el no en el plebiscito aventaja por primera vez al sí, demoliendo el mito de que solo se trata de un enfrentamiento entre supuestos amigos de la guerra y amigos de la paz.
Para mí, la explicación de este resultado es la pérdida de credibilidad en la gestión del presidente Santos. Lo prueba una de las preguntas de la encuesta. Temas emblemáticos del Gobierno como la salud, la seguridad, el desempleo, la economía, por mencionar algunos, alcanzan más del 80 % de desaprobación. El sueño de la paz corre ese mismo riesgo; solo un 35 % lo aprueba. Desde luego, Santos enfila sus baterías para defender el sí. Por primera vez se invita a ministros, gobernadores, alcaldes y a todos los funcionarios del Gobierno a que se sumen a esta campaña, además de una desmedida avalancha publicitaria que invade los medios de comunicación y dota a Fondepaz de la nada modesta suma de 28.000 millones de pesos. Además, todo indica que el plebiscito será votado antes de la firma del acuerdo final. Será como firmar un cheque en blanco.
Si con este soporte nunca antes visto en una consulta electoral llegase a ganar el sí, el futuro que nos espera tiene negros nubarrones. El acuerdo con las Farc no garantiza una paz completa. El Eln y las ‘bacrim’, también nutridas financieramente por los recursos del narcotráfico, coparán los espacios de esa guerrilla con más extorsiones, secuestros, atentados, asesinatos de militares y policías; las zonas de concentración se convertirán en enclaves socialistas con el poder y la autonomía de un cogobierno, y la tierra en muchas regiones quedará bajo el control de comunidades agrarias afines a su ideología.
Pero lo más alarmante es la situación económica que nos espera. Al alegre despilfarro de la bonanza petrolera, el desmedido gasto público, el incremento de la burocracia y la apetecida ‘mermelada’ se sumará muy pronto la dura reforma tributaria que afectará a todos los colombianos. Solo las Farc quedarán a salvo de cualquier apremio. Tienen en sus manos los millonarios recursos del narcotráfico.
Ahora bien, si gana el no, como lo auguran las encuestas, se presentan opuestos escenarios. Según el presidente Santos, las Farc desatarán entonces una terrible ofensiva terrorista en las ciudades. No han dicho lo mismo las Farc. Su asesor español, Enrique Santiago, no descarta que se pueda hacer una revisión de lo acordado. ¿Será posible? Nada es seguro. De ahí que la pregunta ¿para dónde va el país? sea más inquietante y real que nunca.
A propósito del posconflicto, no puedo pasar por alto la presencia de militares cubanos en las zonas de concentración. Aunque llegarán como enviados de la ONU, basta mirar el papel que han jugado en Venezuela como misioneros del socialismo del siglo XXI enviados por Castro. El Gobierno los recibirá con beneplácito, al tiempo que ordena deportar a los desesperados cubanos que llegaron a Turbo, obligando a la mayoría de ellos a internarse en las selvas del Darién junto con sus esposas e hijos antes de volver a su país y quedar en manos de la tiranía castrista.
* * * *
Da gusto debatir con altura. Me refiero a la carta pública que me dirigió Humberto de la Calle. Estoy de acuerdo con él en que el resultado de las urnas debe acatarse. Acepto que mis apreciaciones no siempre corresponden a lo acordado en La Habana, ¿pero serán erradas? Las Farc, por ejemplo, ofrecen poner fin a cualquier vínculo con las drogas ilícitas. Con perdón de Humberto, lo dudo. Es que el papel aguanta todo. Otra cosa piensa uno cuando ‘Timochenko’ dice ante las cámaras que las Farc no se arrepienten de nada.
Plinio Apuleyo Mendoza
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