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¿Creer en la Corte Suprema?

¿Estará dispuesta a revisar las injustas condenas que abundan y son pecado de la justicia ordinaria?

El inesperado y terrible escándalo de corrupción que tiene confinado tras las rejas a Francisco Ricaurte, expresidente de la Corte Suprema de Justicia, y enlodados a otros conocidos magistrados me ha hecho pensar como nunca en la flagrante injusticia de que ha sido víctima Andrés Felipe Arias, ahora solicitado en extradición por el Gobierno colombiano.
Precisamente, el fallo inesperado que lo condenó a 17 años de cárcel se lo debe a la Corte Suprema de Justicia cuando parecía segura su absolución. Las pruebas en su contra carecían de sustento. Ahora, tras la turbia revelación de la compraventa de fallos por algunos magistrados de la Corte, casos como el de Andrés Felipe deben ser revisados.
Su condena dio lugar a que desde entonces muchos colombianos creyeran en el supuesto escándalo de Agro Ingreso Seguro. Según lo divulgado entonces, Arias, como ministro de Agricultura, habría manejado a su antojo los fondos de tal entidad, otorgándoselos a ricos terratenientes a fin de lograr su apoyo cuando se lanzara como candidato a la presidencia. La evidencia de estos manejos irregulares quedaba confirmada cuando se descubrió que una poderosa familia de empresarios agrícolas de la Costa, como los Dávila, había fraccionado tramposamente sus fincas para obtener un triple beneficio de los recursos del programa AIS. Aceptando estas falsas imputaciones, el alto tribunal condenó a Arias por dos delitos: peculado por apropiación en favor de terceros y contratos sin el cumplimiento de requisitos.

Ahora que la Corte Suprema ha quedado sin autoridad tras la corrupción denunciada de sus más altos magistrados, es hora de pensar en una reparación de sus muchos atropellos

La verdad era otra. Los recursos de Agro Ingreso Seguro de muchos años atrás quedaban bajo el riguroso manejo del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (Iica), brazo agrícola de la OEA. Sus programas están dirigidos a transferir tecnologías, como los sistemas de riego, con el propósito de aumentar la productividad del campo, las exportaciones agrícolas y asegurar el empleo rural a través de empresas. Por este motivo, ningún ministro de Agricultura había sido enjuiciado por aceptar que dicha tarea fuera cumplida por tal organismo sin ánimo de lucro. Cuando se conoció el engaño de los Dávila, Arias puso su caso en manos de la justicia e hizo que devolvieran los recursos que el Iica les había otorgado. Ninguna relación de amistad tenía con esta familia; tampoco cometió irregularidad alguna en el manejo de este problema. Su trayectoria se había destacado por ser rigurosa y honesta.
Si el fiscal de entonces hubiese sido tan riguroso como Néstor Humberto Martínez, ninguna falsa imputación contra Arias habría prosperado. Pero una fiscalía parcializada, enemiga del uribismo, creó el escándalo al ordenar la detención de funcionarios del ministerio. Como lo he escrito en mi libro 'Cárcel o exilio', los detenidos eran jóvenes y brillantes profesionales que habían sido seleccionados por el exministro, tomando en cuenta su alto desempeño académico y su probidad en el manejo de recursos públicos.
Injusticias como esta se produjeron en casos que he citado muchas veces, como el del coronel Mejía Gutiérrez, el general Uscátegui, el general Rito Alejo del Río y muchos otros militares víctimas de la guerra política desatada por amigos de las Farc con la contribución de falsos testigos. De igual manera, fueron víctimas de una justicia parcializada, entre otros, Jorge Noguera, César Mauricio Velázquez, Luis Alfonso Hoyos, Luis Alfredo Ramos, Diego Palacios y Santiago Uribe.
Sí, ahora que la Corte Suprema ha quedado sin autoridad tras la corrupción denunciada de sus más altos magistrados, es hora de pensar en una reparación de sus muchos atropellos. Con su sesgo ideológico, no parece fácil que esta tarea pueda cumplirla la JEP. Seguramente indulgente con las Farc, ¿estará dispuesta a revisar las injustas condenas que abundan y son un pecado de nuestra justicia ordinaria? Amanecerá y veremos.
PLINIO APULEYO MENDOZA
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