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El halcón

Roberto Prieto o la fábula del halcón empresarial.

Paola Ochoa
Dicen quienes conocieron a Roberto Prieto que era uno de los hombres más hábiles y sagaces del mundo de los negocios. Entrador, conversador, dicharachero, rápido con los números. Un halcón empresarial que se movía como pez en el agua entre los círculos de poder de Washington y Bogotá, a pesar de que su inglés no era el más fluido, ni tampoco su humor negro era siempre bien recibido.
Dicen que Prieto tenía amigos de todos los sabores, de todos los tamaños, de todos los gustos y de todos los estratos: desde Juan Manuel Santos –de quién fue gerente de sus campañas presidenciales– hasta del muy controvertido empresario Eduardo Zambrano, condenado por corrupción durante la crisis financiera de los 80 y ahora ventilador del megaescándalo de Odebrecht y de las coimas en la Ruta del Sol por Panamá.
El mismo Eduardo Zambrano que, como en la fábula del alacrán y el sapo, ahora le clava el aguijón después de que lo ayudó: acusa a Prieto de haber recibido una coima de al menos 650 millones de pesos para que influyera ante la Agencia Nacional de Infraestructura en la adición al contrato de la Ruta del Sol, en el tercer tramo. Una obra a cargo de los italianos de Impregilo, en donde su amigo Zambrano tenía el contrato de estudios y diseños del mismo.
Por cuenta de ese delito, la Fiscalía le imputará cuatro cargos, todos muy sonoros y nefastos, pero nada malo le terminará pasando. Será circo y solo circo, pero sin mayores resultados. A lo sumo le darán casa por cárcel como medida preventiva, al mejor estilo de Rodrigo Jaramillo o Herber Otero, para mantener la galería entretenida.
Pasará el temblor mediático y los periodistas estaremos distraídos con algún otro nuevo escándalo, mientras en la penumbra Roberto Prieto va a salir ileso de todo este entramado. Nadie le tocará sus activos; tampoco le expropiaran ni un solo centavo. Ni jamás conoceremos los millonarios contratos que tuvieron sus múltiples empresas con docenas de entidades durante este gobierno. Todo cortesía de los corruptos e incompetentes jueces y fiscales de extinción de dominio, que no se atreven a tocarles la plata a los más ricos, como ya ha sucedido con narcos, ‘paracos’ y con el resto de políticos podridos.
Y es que Roberto Prieto es un intocable con más vidas que el gato. El efecto teflón lo acompañará hasta el final, a pesar del extenso prontuario que hoy tiene a cuestas: la financiación de Odebrecht en la campaña presidencial, los afiches con dineros de esa multinacional, la operación irregular vía Panamá, el cobro de coimas a cambio de tráfico de influencias, la maleta de Otto Bula, entre otras operaciones que aún se están por revelar.
Nada grave que lo vaya a trasnochar. Porque lo apadrinan las relaciones de más de veinte años con la familia presidencial. Porque Roberto Prieto y su empresa MarketMedios se han enquistado en lo más profundo del funcionamiento estatal. Porque por décadas se ha quedado con docenas y docenas de contratos de entidades públicas, gracias a la mirada apacible de tecnócratas y políticos que se hicieron los de la vista gorda. Porque por décadas Roberto Prieto reclutó funcionarios del Estado para que sus empresas –y las de su familia– se quedaran una y otra vez con los mismos contratos.
Y es que Prieto, a través de sus compañías, ha ejercido una influencia tan invisible como abrumadora en la vida del Estado y de decenas de entidades públicas. Siempre bien recomendado, siempre bien apadrinado, siempre bien conectado, siempre conectando a las élites y con el bajo mundo colombiano.
Un halcón empresarial que, a pesar de estar hoy de capa caída, sin duda volverá a retomar el vuelo, para bien de sus empresas y de su familia.
PAOLA OCHOA
En Twitter: @PaolaOchoaAmaya
Paola Ochoa
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