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De Guatemala a Guatepeor

Hay que estar salado para salir de Venezuela y llegar a Colombia a que lo gobierne Gustavo Petro.

Paola Ochoa
Dice una ley de Murphy que toda situación mala es susceptible de empeorar. Y eso es lo que debe estar pasando por la cabeza de ese millón de venezolanos que ya llegaron al país en estos últimos años. Porque hay que estar muy salado para salir huyendo de Venezuela y llegar a Colombia a que lo gobierne a uno Gustavo Petro. Porque para ellos, para los vecinos, es como salir de Guatemala para Guatapeor. Como pasar de una historia de suspenso a una de terror.
Primero, porque ya vienen remamados de oír de subsidios, de ayudas, de mercados baratos, de promesas de educación gratuita. Porque todas esas promesas terminaron en hambre, en desabastecimiento de alimentos, en escasez de medicinas y en un aumento desmedido del costo de vida. La inflación en Venezuela terminará este año en el 14.000 por ciento, la mayor cifra en toda la historia de la humanidad después de la de Zimbabue, una pobrísima nación africana cuyo presidente lleva casi 40 años atornillado a la misma silla.
Precisamente esos venezolanos llegaron a Colombia en busca de una chanfa para sostener a sus familias. Y no tuvieron otra alternativa que venirse a trabajar aquí, a sabiendas de que les pagaríamos menos por más tiempo. Porque por su condición de ilegales los explotamos como si fueran esclavos africanos de hace 200 años. Y aun así, prefieren eso antes que morir de hambre. ¡Cómo estarán de jodidos esos pobres vecinos inmigrantes!
Hay que estar muy salado para salir huyendo de Venezuela y llegar a Colombia a que lo gobierne a uno Gustavo Petro. Porque ese millón de venezolanos salió de su país hastiado de escuchar sobre compras y expropiaciones de empresas en los últimos 20 años. Porque recuerdan que lo primero que compró Hugo Chávez fueron las empresas azucareras, mucho antes que los pozos petroleros, las industrias de cemento y las fábricas de alimentos. Y ahora les toca mamarse a Gustavo Petro diciendo que quiere comprar las tierras de los ingenios azucareros para que los pobres siembren en ellas alimentos.
Pero ese millón de venezolanos ya no come cuento: aprendieron que los pobres no saben qué hacer con esas haciendas, ni con las grandes extensiones de tierra. Y la prueba es la ruina y el abandono en que están hoy las fincas azucareras que compró Hugo Chávez con la chequera petrolera. Allí no hay producción, ni trabajadores, ni máquinas, ni capital, ni tecnología, ni azúcar. Solo unas pocas siembras de alimentos que alcanzan escasamente para los campesinos y familias que trabajan en esas tierras. Pero ya no sirven para alimentar a una nación entera, a diferencia de lo que sí ocurría en la Venezuela de otras épocas.
Tremenda genialidad de Chávez-Maduro y de todo su combo de seudoestrategas: entregarles tierra a los más pobres para que todo el país se empobrezca. Qué tonta y estúpida idea. Dos mil años de historia han comprobado que nadie saca un pollo sin arriesgar un huevo, ni nadie logra mejoras económicas y de productividad sin invertir enormes sumas de dinero a cuestas.
Hay que estar muy salado para salir huyendo de Venezuela y llegar a Colombia a que lo gobierne a uno Gustavo Petro con las ideas chavistas de hace dos décadas. Es cierto que acá Petro no tiene el respaldo del Ejército, ni tampoco los chorros de plata de PDVSA para costear todas sus piruetas financieras. Pero también es cierto que está prometiendo las mismas estupideces que Chávez y Maduro para llegar como sea a la presidencia.
Petro iba bien hasta que empezó a pasarse de la raya. Y comenzó a amenazar con comprar las tierras de los industriales del Valle del Cauca. Ahí perdió mi voto por si pasaba a segunda vuelta contra Duque, por quien definitivamente no votaría nunca. Pero esa explicación se las dejo para una próxima columna. Por ahora, rezaré para que ocurra un milagro en la primera vuelta y que Fajardo o De la Calle se logren meter en la contienda.
PAOLA OCHOA
En Twitter: @PaolaOchoaAmaya
Paola Ochoa
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