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No tenemos miedo

Con nuestros hijos conversamos, les enseñamos a respetar la diferencia, les damos elementos para que aprendan a identificar el matoneo y a no participar en él.

Esta semana se cumplieron dos años de la muerte de Sergio Urrego, 16 años, bisexual. Y ha pasado casi año y medio desde que murió Yessica, 14 años, lesbiana. Ambos discriminados en sus colegios. Ambos afrontando a su edad la desgracia del acoso, del insulto, del chiste sucio. Solo porque algunos interpretaron como una debilidad que no fueran heterosexuales.
Ambos debieron escuchar muchas veces, en las noticias, en sus casas, en sus colegios o en sus iglesias, afirmaciones de sacerdotes y pastores; de autoridades; de médicos o psicólogos que se amparan en su título para disfrazar sus prejuicios; de políticos de medio pelo cuya única muestra de gestión es un sistemático ataque a los homosexuales; diciendo que ser homosexual es malo, que algo peligroso hay de por medio, que lo mejor es que no existan y que por eso es mejor que no se reproduzcan y mucho menos que adopten. Ambos decidieron suicidarse.
Los pastores, ordenados o no, esparcen afirmaciones falsas que, al estilo enseñado por la propaganda nazi, de tanto repetir han llegado a calar en sus seguidores. Han dicho que se puede retroceder en el marco de interpretación constitucional en materia de derechos humanos, una falsedad mayúscula que cualquier estudiante de primer año de derecho comprende. Han dicho que los derechos de las minorías pueden ser resueltos por las mayorías y han dicho, sin ningún pudor, que la Corte Constitucional está siendo títere de una agenda macabra de la gente gay que quiere conquistar el mundo. Parece un chiste, y aunque ustedes no lo crean, hay gente que se traga ese cuento.
Esos pastores, políticos o religiosos -diferencia cada vez más difusa- han violado el mandamiento de no mentir y han engañado a sus seguidores una y otra vez. Les dijeron que habían ganado la batalla en 2011, cuando la Corte reconoció que somos familia y en 2013 les volvieron a convencer de que los matrimonios se podían anular por vía de tutela. Una vergüenza de “criterio” jurídico enarbolada, con una terquedad inusitada, por una fundación de papel creada a la sombra de la omnipresente derecha religiosa más recalcitrante del país.
Han planteado un debate miserable, lleno de argumentos mediocres y carentes de cualquier sustento razonable. Y han tergiversado e inducido, a padres y madres de familia, a creer que el Ministerio de Educación promueve la homosexualidad con una cartilla pornográfica, un sinsentido mayúsculo que ha sido aclarado de muchas maneras, pero que ya ha causado un daño tremendo.
Además, han vuelto a mentir a sus seguidores diciendo que saben lo que solo nosotros sabemos, es decir: cómo están nuestros hijos realmente. Qué clase de seres humanos son y qué hermosos y llenos de posibilidades creativas se ven y actúan, y marcan la diferencia, en medio de tantos hijos criados por heterosexuales.
Nuestros hijos son criados con amor y nuestras relaciones suelen ser más amorosas, respetuosas, creativas y poderosas que las de miles de heterosexuales. En nuestros hogares hay amor, respeto y cuidado, que es mucho más de lo que se concluye de las encuestas de demografía o convivencia del país, hechas por y para heterosexuales.
Con nuestros hijos conversamos, les enseñamos a respetar la diferencia, les damos elementos para que aprendan a identificar el matoneo, a no participar en él y a solidarizarse con quien lo sufre y les mostramos que hay otras maneras de vivir el mundo más allá de lo que esta cultura pretende imponernos. También nos diferenciamos de la mayoría de heterosexuales de este país, en que no se nos ocurriría rechazar a un hijo solo porque no tiene nuestra orientación sexual.
Esos que recogen firmas o hacen marchas, usando como pretexto para su discurso falso la protección de la niñez o de la familia, que se rasgan las vestiduras por el supuesto riesgo que corren los niños al tenernos cerca, callan olímpicamente que las cifras anuales de abuso sexual contra menores en Colombia reportan más de cien mil casos, solo de los conocidos, que ocurren en su inmensa mayoría en hogares que se catalogan como “normales”, solo porque son heterosexuales.
No se trata de la orientación sexual, lo hemos dicho hasta el cansancio. Se trata de cómo se construyen las relaciones, incluidas las que tenemos con nuestras familias o con nuestras parejas. Se trata de cómo muchas familias integradas por parejas homosexuales, conversan, construyen, se ríen, hacen complots divertidos que incorporan hijos, sobrinos, suegros, yernos o nueras. Nuestras familias nos aceptan y nos aman, respetan nuestras relaciones y también sufren al escuchar todas las mentiras y todos los ataques que nos dirigen sin reposo.
Les tenemos noticias: Existimos desde siempre y no tenemos miedo. Estamos acá y no van a lograr callar el amor que nos une y la forma poderosa como ese amor se esparce por el mundo.
Escribo esta columna para informar, a quienes tergiversan, mienten y pretenden retroceder en este asunto esencial de derechos, que si no nos dejamos vencer por el cansancio o el miedo hace veinte años -que no teníamos nada, ni una norma que nos protegiera siquiera medianamente- mucho menos lo vamos a hacer ahora, que existe un marco jurídico claro y contundente. Un marco jurídico que reitera, de muchas maneras, que no existe ninguna razón válida -escrita o cultural-, que excuse el maltrato, la exclusión o la inequidad hacia las personas homosexuales, bisexuales o trans del país.
Solo quería que lo supieran. Estoy segura que hablo en nombre de miles. Por ninguna razón nos van a arrastrar a ese fango infame desde el cual han planteado esta discusión, que no es más que un asunto básico de derechos humanos. De ninguna manera caeremos a ese nivel, entre otras cosas, porque eso no honraría la memoria de nuestros muertos, especialmente de los que se fueron siendo niños.
Elizabeth Castillo
Abogada. Activista del movimiento Lgbti. Coordinadora del Grupo de Mamás Lesbianas.
(Columna publicada en Sentiido Web)
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