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No somos una nalga

Homogeneizar unos aprendizajes válidos para regiones nunca fue deseable y hoy no es posible.

Óscar Sánchez
“No somos una nalga, para que nos vengan a inyectar lo que otros creen que nos conviene”, fue la metáfora con la que don Hernán Quiñónez, sabio poblador del corregimiento Rescate las Varas en el municipio de Tumaco, resumió su molestia por las iniciativas que desconocen la opinión de la comunidad sobre el tipo de educación que debe ofrecer su escuela. Me dejó pensando…
En Colombia, la Constitución y la ley permiten que cada escuela, al construir su PEI (Proyecto Educativo Institucional), su plan de estudios y sus reglas de organización y gobierno escolar, pueda tener, en teoría, su propio currículo. Esa autonomía hizo que nos anticipáramos a una tendencia mundial. En efecto, un profesor al frente de unos estudiantes transmitiendo el contenido de un texto y compitiendo contra internet es hoy todo un dinosaurio pedagógico. Y por fortuna, desde siempre y como elemento central de la dignidad humana, a uno pueden exponerlo a toda la información (y a toda la propaganda) que otros quieran, pero uno aprende lo que le interesa, y el resto lo ignora o, en últimas, lo olvida. En ese sentido, homogeneizar unos aprendizajes válidos para regiones, ciudades, escuelas o personas, nunca fue deseable y hoy ni siquiera es posible.
Reconozco el valor de la idea que el Ministerio de Educación ha planteado de unos “derechos básicos de aprendizaje”, pues para tener oportunidades las chicas y chicos requieren un conjunto exigente de competencias cognitivas y capacidades para la vida. Y, ¿cómo lograrlas si no nos proponemos metas claras? Además, la realidad colombiana es que las escuelas que han hecho de la autonomía una herramienta para empoderar a sus maestros y estudiantes son las mejores. Pero en muchas escuelas una autonomía al garete, más que ayudar a la innovación, ha conducido a proyectos abstractos y confusos, a improvisación sin método ni apoyo a los maestros o al uso de herramientas muy tradicionales.
Pero las metas que concretan esos derechos de aprendizaje deben ser adaptadas a los contextos territoriales y a las circunstancias de las personas; su versión nacional debe limitarse a los mínimos. Y tienen sentido solamente si reconocemos las carencias de los que tienen más necesidades, para apoyarlos, en lugar de presionarlos a fin de encarar una competencia desigual en pos de estándares ajenos.
La cosa debe llevar a ayudar a las escuelas (no a mandarles instrucciones), para que voluntariamente y de modo participativo construyan su propia estructura curricular. Esos programas deben reconocer que en el ciclo inicial, entre los tres y los cinco años, el juego, el arte, la literatura y la exploración del medio son esenciales; que en la básica se debe garantizar equilibrio entre aprendizajes del saber y del ser, sin cátedras por doquier ni montañas de ‘logros’, y que en la media, además de las áreas básicas, se requieren énfasis vocacionales. Lo más importante es que respeten los intereses de niños y jóvenes: la jornada completa, escenario ideal para la reforma curricular, ha de entender como ‘aula’ el territorio rural y urbano, internet, la realidad cotidiana de los estudiantes, y basarse en una pedagogía por unidades de indagación y aprendizaje colaborativo con actividades que el estudiante pueda elegir. En Colombia hay excelentes ejemplos de ese nuevo enfoque pedagógico. Está el caso de Bogotá, que ha sido reconocida por la Unesco como hito mundial por implementarlo (ver: http://www.elespectador.com/noticias/bogota/los-elogios-de-unesco-politica-educativa-de-bogota-articulo-606267).
Cada vez más y más especialistas coinciden en que es inconveniente imponer textos escolares detallados (de formato electrónico o físico), y en especial restringir la iniciativa de colegios, docentes y estudiantes mediante un plan de estudios nacional escrito en una ley. La semana pasada, por ejemplo, Marc Prensky, un gurú mundial de la innovación educativa estuvo en la Cumbre de Líderes por la Educación que organizó la revista ‘Semana’ y sostuvo esa idea (ver http://cumbrelideresporlaeducacion.com/). Podríamos citar en la misma línea a Ken Robinson, a Paul Tough, a Pasi Sahlberg y a otros muchos personajes estratosféricos. Eso sí, ninguno con argumentos tan contundentes como los de don Hernán.
Óscar Sánchez
*Coordinador nacional de Educapaz
Óscar Sánchez
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