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La media, ni a medias

Además de ser pocos y con poca formación, los bachilleres salen preparados de modo muy desigual.

Óscar Sánchez
A los 15 años, cuando los muchachos terminan la educación básica en el noveno grado, de acuerdo con las leyes colombianas, ir a estudiar deja de ser una obligación. Y en realidad, en ese momento, en la mayoría de los casos, seguir estudiando se esfuma como opción.
Aunque en la práctica las coberturas comienzan a flaquear en la secundaria, en la educación media (grados 10.° y 11.°) se vuelven críticas. Por eso, en el país, la mitad de los estudiantes abandona la escuela antes de terminar el bachillerato, y en el campo solo uno de cada tres jóvenes se hace bachiller, inclusive, en las zonas rurales afectadas por el conflicto armado, apenas uno de cada cinco chicos llega a la media.
Se trata de un asunto esencial para romper los ciclos de transmisión de la pobreza y la violencia de una generación a otra. Es en ese momento crítico cuando la juventud se juega las disyuntivas esenciales. ‘O a Santa Rosa o al Charco’, como dicen. O extender la etapa formativa y desarrollar vocaciones y talentos con pasión, o quedarse en una maternidad/paternidad precoz, entrar antes de tiempo a un mercado de trabajo precario o ser captados por las economías ilegales. Y, sin embargo, es uno de los aspectos de la educación que se encuentra en el limbo en cuanto a política pública.
La historia es muy triste. Al finalizar el siglo XX, con dificultad se había construido un sistema de educación vocacional en lo que entonces se llamaba 5.° y 6.° de bachillerato. Colegios técnicos comerciales, industriales y agrícolas, junto con los Inem (Institutos Nacionales de Educación Media), los CASD (Centros Auxiliares de Servicios Docentes) y otros centros especializados, como las Granjas Escolares apoyadas por los Comités de Cafeteros. Sin embargo, para reducir costos en esos centros educativos, cuya diversidad hacía poco probable estandarizar su financiación, su planta de personal y sus procesos, durante los últimos veinte años el enfoque economicista que ha regido la política educativa, en lugar de reorganizarlos, estranguló sus presupuestos, redujo sus vínculos con el sector productivo, eliminó sus docentes especializados, los condenó a tener laboratorios obsoletos y, en general, los marchitó e hizo de ellos colegios grandes desmoralizados y sin medios para desarrollar su vocación histórica.

En el país, la mitad de los estudiantes abandona la escuela antes de terminar el bachillerato, y en el campo solo uno de cada tres jóvenes se hace bachiller.

Entretanto, sin una política sólida, se amplió la matrícula de educación media en algunos colegios y se comenzó a desarrollar una nueva estrategia para la articulación de la educación media con la superior; es decir, para que los estudiantes comiencen a acceder a la educación superior desde el colegio. Pero esta estrategia no se ha consolidado. Como depende de alianzas entre el Sena, las universidades, los colegios y las secretarías de Educación, apenas tiene avances serios en unas pocas ciudades donde los gobiernos locales invierten y ofrecen créditos académicos y cualificaciones técnicas homologables. En ningún caso, aunque el modelo de articulación es promisorio, ha llegado a garantizar acceso masivo a la educación superior de calidad. Además de ser pocos y con poca formación vocacional, los bachilleres salen preparados de modo muy desigual, y la mayoría no tiene ni el nivel académico ni el apoyo financiero necesarios para acceder a las buenas universidades, y con frecuencia, ni siquiera a la formación tecnológica en los centros de formación del Sena.
Lo triste es que la manera de resolver el asunto está inventada, y, de hecho, funciona con eficiencia y alto impacto en muchos colegios populares. Los elementos comunes a las buenas prácticas de educación media incluyen: formación integral, orientación vocacional, énfasis vinculados con los intereses de los estudiantes y articulados con buenas instituciones de educación superior y el Sena, trabajo mancomunado entre profesores de universidades y de los colegios, homologación y movilidad entre colegios e instituciones de educación superior, uso compartido de laboratorios y escenarios del entorno productivo y social, apoyo para superar tanto las barreras de inscripción como el proceso de admisión de las universidades, pertinencia con la producción y cultura de los territorios y mecanismos flexibles de acceso para el mundo rural.
Recuerdo con nitidez la sensación de justicia que expresan aquellos muchachos que terminan su bachillerato e ingresan a una universidad. Son pocos. Y he visto con dolor cómo los sueños de muchos chicos capaces se quedan por el camino. Y cada vez veo con mayor tristeza que matamos los sueños de nuestra juventud por no mantener esfuerzos en el tiempo ni destinar el dinero que se necesita para ofrecerles oportunidades. Y luego tenemos que pagar más caro no haberlos formado.
Adenda: Hoy sabremos si el 21 de febrero hay paro de maestros. Tema para analizar la semana entrante.
ÓSCAR SÁNCHEZ
* Coordinador nacional de Educapaz
Óscar Sánchez
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