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Maestros de literatura

Al candidato Macron le fue bien con su maestra de literatura, a mí sucedió algo parecido.

Ni aunque Truffaut y Buñuel hubieran sumado sus talentos de guionistas habrían imaginado que la profesora de literatura Brigitte Trogneux, de 40 años, casada, con tres hijos, terminara ligada a su alumno de 16, Emmanuel Macron. Al romance solo le falta música de bolero.
Ocurrió en Francia, donde ese matrimonio está por llegar al Palacio del Elíseo si arrasan en la segunda vuelta del 7 de mayo. Les he ordenado (¿¡) a mis cuatro amigas en condición de hacerlo que vuelvan a votar por Macron. Necesitamos dejar en casa haciendo croché a la señora Le Pen, una líder nacionalista, versión gala de Donald Trump.
La historia completa de este ménage à trois, en el que terminó sobrando el de siempre, el cornúpeta marido, llegará en su momento a las ferias del libro de la aldea global.
Dándomelas de arúspice, veo a madame Brigitte (= poderosa, luminosa, conspicua) y a monsieur Emmanuel (= Dios con nosotros) tomados de la mano, firmando libros y lanzándose miradas lánguidas en alguna feria del libro bogotana como la que empieza hoy. Espero tomarme una selfi con ellos.
Guardadas las desproporciones, me habría casado con la señorita Esilda, la maestra de kínder que me fue instalando vocales y consonantes en el disco duro. No me esperó. De las consonantes pasé a frases de alto contenido erótico, como “mi mamá me mima”, “Elena no come ni bebe”, que aprendí en 'La alegría de leer', de don Evangelista Quintana y señora Susana.
En esa cartilla veo a la señorita Esilda, que optó por la soltería perpetua para hacer que se cumpliera en ella la futura doctrina del dalái lama: enseña lo que sabes; es una forma de alcanzar la inmortalidad.
De 'La alegría' pasé a otro eterno best seller de la infancia, el catecismo del padre Astete, que me aprendí de memoria. Que lo haya practicado es otro cantar. Es más, sospecho que Colombia se jodió cuando enviamos al cuarto de san Alejo la doctrina del jesuita.
Ahora, si al candidato Macron le fue bien con su maestra de literatura, a mí sucedió algo parecido pero distinto: mi profesor de literatura en el seminario fue el encargado de leerme la epístola de san Pablo cuando tiré la toalla como pichón de fraile.
ÓSCAR DOMÍNGUEZ GIRALDO
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