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Los Justos

La condición para ser definido como Justo es, pues, un heroísmo gratuito, originado en el impulso de hacer lo correcto. No lo normal, porque lo normal era no hacer nada.

El mes pasado se inauguró el Centro Nicanor Restrepo para la Reconstrucción Civil, un esfuerzo en el que participan varias universidades del país y del exterior. Lo dirige el profesor Carlo Tognato, de la Universidad Nacional. El evento inaugural fue un foro de reflexión sobre ‘Los Justos en el conflicto armado colombiano’.
Pero ¿quiénes son los Justos? El profesor Tognato usa una figura sui géneris desarrollada por Yad Vashem, el museo y centro de documentación sobre el Holocausto, en Jerusalén. Se denomina ‘Justos entre las Naciones’ a no judíos que pusieron en peligro sus vidas y las de sus familias para salvar de la barbarie nazi a judíos que ni siquiera conocían. Sus historias fueron recuperadas, documentadas y publicadas. Se sembró un bosque en el que cada árbol recuerda a uno de ellos.
Mi primera reacción a la invitación del profesor Tognato para participar fue negativa. En general, no me gusta usar analogías entre eventos humanos. Son generalmente imperfectas y confunden. Esto me parece especialmente grave con el Holocausto, que es un suceso único, un intento de exterminación sistemática de un pueblo; no solo de su gente, sino de su cultura, su arte, su ciencia y su memoria. Ahora se llama holocausto a cualquier hecho trágico. Entró al catálogo de los sofismas lógicos uno que denominan falacia ad hitlerum, que consiste en descalificar a una persona llamándola Hitler o Nazi. Un mínimo sentido de proporcionalidad nos debe decir que nuestros personajes, aunque los veamos malos, no son Hitler.
Sin embargo, lo de “Justos” me sonó distinto y posiblemente útil. Ellos son un ejemplo de lo que es el Imperativo Categórico. Actuaron en contra de la corriente de pensamiento dominante, generalmente sin grandes reflexiones y sin que su acción constituyera una declaración política. Simplemente sintieron, en forma compulsiva, que eso era lo que había que hacer. Los más conocidos, por el cine, son Oscar Schindler y Raoul Wallenberg. Schindler, quien siendo miembro del partido nazi y habiendo aprovechado su posición para hacerse con una fábrica confiscada a un judío, sintió que debía defender a sus obreros de la deportación, y lo hizo con todos los medios. Raoul Wallenberg y otros diplomáticos como el portugués Aristides de Sousa, el español Eduardo Prop-per y el brasileño Luiz Martins de Souza expidieron, en contra de las instrucciones de sus gobiernos, documentos de paso. Pero quizás los más nobles fueron aquellas personas que dieron refugio a alguien en sus casas, a pesar de la condena a muerte que pesaba contra quien lo hiciera. Muchos fueron ejecutados y, al igual que sus protegidos, desaparecieron por siempre; sus historias nunca serán conocidas. La condición para ser definido como Justo es, pues, un heroísmo gratuito, originado en el impulso de hacer lo correcto. No lo normal, porque lo normal era no hacer nada.
¿Es entonces aplicable la figura de Justo a la realidad colombiana? Tal vez sí. No son Justos las víctimas a pesar de su dolor, y mucho menos los victimarios arrepentidos. No es Justo quien hacía su tarea, aunque ella fuera importante y buena. Son Justos los campesinos que auxiliaron a heridos o a hambrientos a pesar de la amenaza del bando contrario, es Justa la enfermera que con su cuerpo quería impedir que ultimaran a heridos que podían ser sus enemigos.
Hace unos días se preguntaba el padre Vicente Durán en estas páginas qué es el Mal. Es una pregunta difícil, y podría uno hacerse la contraria, igualmente difícil, sobre qué es el Bien. Sin mucha filosofía, yo diría que este tiene la característica de que cuando se ve se reconoce. Eso, el reconocimiento del ejemplo moral, tiene un gran poder educativo y podría ser la gran contribución de los relatos de Justos.
Moisés Wasserman
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