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¿De la minería abstente?

Presentarle a la gente una disyuntiva entre vida o petróleo es falso y tendencioso.

Hace apenas tres años, una de las locomotoras de la economía colombiana era la minería. Hoy parece ser el diablo. Nos cuentan que la producción petrolera se desplomó, y estamos ya lejísimos de la meta del millón de barriles diarios. Las reservas probadas retrocedieron a niveles inferiores a los que teníamos hace nueve años. La inversión extranjera directa cayó de 3.000 millones de dólares en el 2009 a algo más de quinientos en el 2015.
Otras explotaciones mineras están igualmente amenazadas y desprestigiadas. Consultas populares en 11 departamentos del país van a afectar gravemente la actividad. Yo francamente sospecharía de votaciones que se deciden con mayoría del 97,9 por ciento. Presentarle a la gente una disyuntiva entre vida o petróleo es falso y tendencioso.
El rechazo a la minería se generalizó. Los políticos lo usan como plataforma para ganar votos. Quienes debían liderar la opinión se han vuelto esclavos acríticos de ella. También en el área académica, infortunadamente, se convirtió en un pecado grave defender la actividad minera. Los geólogos ya se avergüenzan de reconocer su profesión, y solo son llamados como conferencistas aquellos que declaran su adhesión a la posición políticamente correcta.

Algunos demagogos hablan de energía eléctrica con contaminación cero. O son falsos o no han aprendido a sumar. Eso no existe

Pero se necesita. Colombia es un país de 50 millones de personas, el mundo ya tiene 7.500 millones. Sin energía, colapsaría en una gran tragedia. Algunos demagogos hablan de energía eléctrica con contaminación cero. O son falsos o no han aprendido a sumar. Eso no existe. La más limpia sería la energía nuclear, pero quien se opone a explotar petróleo en su territorio se opondrá más aún a albergar una planta nuclear. La hidroeléctrica es muy conveniente, pero ya nadie quiere aceptar una represa. Hablan en forma abstracta de energía solar o eólica, pero no se dan pasos para concretarla (al menos en el país), y se omiten hechos como que los paneles solares requerirán la minería de materiales sofisticados y la disposición de residuos complicados, o que los molinos de viento son caros y generan problemas en el flujo de aves migratorias, produciendo aislamiento de ecosistemas.
Algo similar ocurre con otras minerías. Sin embargo, todos vivimos en casas construidas con ladrillos de arcilla, con cemento, con refuerzos de hierro, ventanas de vidrio y marcos de aluminio. Cocinamos con gas o con electricidad (porque si lo hiciéramos con leña, ya habríamos quemado la Amazonia). Incluso, los más ecólogos de entre nosotros usan carros y aviones. Pareciera que la minería se reconoce necesaria, pero con tal de que se haga en otro lado. No es la actitud heroica que nos quieren vender.
Una realidad de a puño es que la intervención humana no se puede hacer a costo cero. Otra es que hoy en día, el daño no se puede evitar absteniéndose de actuar, a menos que estemos de acuerdo con una reducción poblacional dolorosa. Muchos de los ataques a la minería usan el argumento de que enriquece a unos pocos. Habría que considerar también que cuando un bien se vuelve escaso, se encarece, y los primeros en dejarlo de adquirir serán los más pobres.
Sin duda, hay problemas. Unos son inherentes a la naturaleza misma de la actividad, pero muchos provienen de mala regulación y control. Entonces, es eso lo que hay que arreglar. Si una actividad lucrativa se prohíbe, se vuelve ilegal, con mayor dificultad para su control, con costos ambientales superiores y sin obligación de restauración.
Aunque suene paradójico, la solución de los problemas tecnológicos se encuentra solo en más y mejor tecnología. Yo esperaría de la comunidad científica propuestas de solución. Con explotaciones legales es posible moderar el impacto. Abstenerse, a estas alturas del juego, no es una opción viable.
MOISÉS WASSERMAN
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