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Cálculos para la moderación

Vale la pena escarbar un poco en los números para descubrir estratos adicionales de realidad.

Los resultados de las elecciones del pasado 17 de junio fueron concluyentes. Iván Duque fue elegido con un número de votos, y una diferencia con su contendor, que no deja dudas sobre la voluntad del electorado. Gustavo Petro tuvo la mayor votación que una candidatura de izquierda haya tenido jamás en el país. Votación que, sin duda, lo empodera como la potencial cabeza de la oposición.
Pero vale la pena escarbar un poco en los números para descubrir estratos adicionales de realidad. Hay que mirar el voto en blanco. No hubiera alcanzado nunca para darles vuelta a los resultados; por tanto, los ataques a quienes declararon su intención de votar así quedaron sin piso. No fue el voto en blanco el que eligió a Duque. En cambio, aunque más modesto de lo que algunos aspiraban, fue el mayor en la historia y duplicó la votación que tuvo el Partido Liberal en la primera vuelta.
El presidente electo creció en casi dos millones setecientos mil votos con respecto a la primera vuelta. El 26,6 % de sus votantes no lo habían escogido como su primera opción. Gustavo Petro creció casi en tres millones doscientos mil votos. El 39,6 % de sus votantes tampoco lo habían considerado su primera opción. Muchos columnistas (incluso personajes de izquierda reconocidos) lo apoyaron en segunda vuelta, acompañando su declaración con un listado de las cosas que no compartían con él, pero que pesaban menos que sus diferencias con la otra opción. Antanas Mockus y Claudia López solo le dieron su apoyo después de la firma en mármol de un dodecálogo que limitaba algunas de sus afirmaciones anteriores.

Ni Duque tiene asegurado el gran apoyo que va a necesitar para las reformas que propone ni Petro tiene asegurado su éxito en sus convocatorias en el Congreso y en la plaza pública.

Si sumamos todos aquellos que no consideraron a los candidatos como su primera opción y a los que no consideraron opción a ninguno de los dos, vemos que hay algo más de seis millones setecientos mil colombianos que no están con ellos, en forma rotundamente decidida. Esos ciudadanos configuran un cuerpo que el Gobierno y la oposición deberán cautivar si piensan en la próxima contienda electoral regional y en la presidencial del 2022. De pronto surge un líder que pueda reconfigurar ese universo de centro, como semilla de una nueva alternativa ciudadana.
Ni Duque tiene asegurado el gran apoyo que va a necesitar para las reformas que propone ni Petro tiene asegurado su éxito en sus convocatorias en el Congreso y en la plaza pública. El presidente deberá ejercer toda su capacidad de convencimiento para mantener una mayoría que no está acostumbrada a darse gratis. Petro solo puede darles órdenes a unos pocos congresistas; ni el Polo, ni los ‘verdes’ ni los liberales disidentes lo van a seguir si no los convence de nuevo cada vez.
Los dos contendores deben cuidarse de sacar conclusiones sin sustento. Las ciudades que votaron mayoritariamente por Petro no destituyeron con eso a sus actuales gobernantes ni les imponen un cambio de política. En su discurso aseguró, por ejemplo, que había ganado en Bucaramanga por el rechazo a la intervención en el páramo de Santurbán. Alguien le pasó un dato equivocado. Perdió en Bucaramanga y por mucho más en Santander. Si su conclusión hubiera sido cierta, habría que concluir ahora que los santandereanos votaron en contra de la protección del páramo.
El presidente no ha sido triunfalista e hizo un llamado positivo a la unión (sin homogenización ideológica), pero los mensajes amables no son suficientes en política. Tendrá que hacer partícipes de los esfuerzos para consensuar una salida sensata del atolladero –en el que puede encontrarse el proceso de paz– a los que piensan diferente, y deberá distanciarse de algunas personas que lo impulsaron inicialmente en la campaña. Así espulgados, los datos les envían a los contendores un mensaje de modestia y de moderación.
MOISÉS WASSERMAN
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