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Los exiliados silenciados

Han salido de Colombia, en un éxodo que supera los cinco millones. Apenas medio millón está en capacidad de votar por la paz, a pesar de ser muchos los desterrados.

Con gran dificultad logró instalarse en el gélido norte de Europa, en un minúsculo pueblo del centro de Suecia. Salió de Colombia con la urgencia del que se sabe cerca de la muerte, del que reconoce en la amenaza de muerte una sentencia ineludible. Se fue dejándolo todo atrás, a su esposa, sus dos niños, sus padres, su abuela enferma. Todo.
Los años pasaron y el exilio marcaba ya líneas de expresión y una capa grisácea en su antaño pelo negro azabache. Desde la lejanía vivió el asesinato de otros dos líderes campesinos, descuartizados sin misericordia y dados como alimento a animales de río.
Lloró en la soledad de su cuartito las Navidades y los Año Nuevos, apenas con la compañía de fotos que le enviaba su familia. El día llegó cuando el Gobierno colombiano, por fin, alcanzó un acuerdo de paz con las Farc y la promesa de impartir justicia con otros grupos al margen de la ley, como los sanguinarios paramilitares. Con la premura de su partida y la imposibilidad económica de registrar su cédula en Estocolmo, se había visto privado del derecho a votar en el plebiscito por la paz que tendría lugar el 2 de octubre del 2016.
La paz, el anhelado estado que trae la felicidad, fin último del hombre, se conseguiría, sin duda, pero su voz había sido silenciada al cerrar la posibilidad de inscribir su cédula incluso antes de anunciar la fecha del plebiscito. Como él, millones de colombianos han salido del país, en un éxodo que supera los cinco millones. Apenas medio millón está en capacidad de votar por la paz, a pesar de ser muchos los desterrados.
El proceso de paz, invaluable evento que deja atrás más de cinco décadas de violencia, ha dejado por fuera, sin embargo, a esa gran mayoría de víctimas del conflicto armado poniéndoles una mordaza y conduciéndolos a una segunda victimización al anular su voz.
Los que se fueron, desarraigados, sin raíces, sin referentes culturales, diseminados por el mundo entero, tienen el mismo derecho a votar que aquellos que permanecieron en Colombia. No es tarde para que el gobierno de Juan Manuel Santos autorice el registro de cédulas en los consulados colombianos de todo el mundo.
Y los que observan desde la distancia el radiante renacer de Colombia esperan, pacientes, a que se los tenga en cuenta en este momento crucial y único para nuestro país. Nacidos y criados en medio de niños descuartizados, mujeres abusadas sexualmente y ancianos torturados, los exiliados deben poder aportar su grano de arena en este titánico proceso de reconstrucción de una sociedad enferma de venganza y rencor. Ojalá ese hombre que pasó años en Suecia, lejos de su tierra y de su gente, pueda recuperar la dignidad perdida y elegir con su voto que las diferencias políticas se diriman con debates civilizados y no a bala.
María Antonia García de la Torre
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