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Cautivos en EE. UU.

Ojalá que la resistencia civil no sea flor de un día y que los ciudadanos con una mentalidad del siglo XXI no abandonen sus banderas en pro de los vulnerables.

“Obama: por favor no nos dejes solos” decía el cartel blanco con letras negras. Lo levantaba una joven de pelo corto y gafas de marco grueso. Su mirada perdida y el ceño fruncido no eran signos alentadores. Tras solo una semana en la Casa Blanca, el mórbido septuagenario Donald Trump ha dado gigantescos pasos en reversa hacia la década que lo vio nacer. Es allí donde quisiera que estuvieran los Estados Unidos otra vez, en esa sociedad racista, sexista y xenófoba de los años 40, donde el niño Donald debía ser una suerte de principito con servidumbre y cuna de oro. La añoranza de esos tiempos retardatarios lo ha llevado a acusar al ‘The New York Times’, faro del periodismo ético a nivel mundial, de producir “noticias falsas”. Hizo lo propio con CNN. También tomó la brutal decisión de vetar a ciudadanos de siete países distintos, como se supo el sábado, y bloqueó por completo el ingreso de refugiados musulmanes.
Está claro que Trump odia a los musulmanes, de eso no hay duda, aunque parece tenerles cierto cariño a aquellos con los que tiene negocios, vaya casualidad. Por eso, ciudadanos de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, por ejemplo, todavía cuentan con el visto bueno del magnate para circular libremente por Estados Unidos, a pesar de tener una población mayoritariamente musulmana. En cambio, a Siria, destrozada por una guerra sin cuartel, le ha cerrado la puerta en la cara. Y los cientos de miles de niños, mujeres y jóvenes sirios que albergaban la esperanza de escapar de los tentáculos de Bashar al Asad y rehacer su vida en Colorado o Nuevo México vieron cómo otro Asad ‒en versión rubia, piel rosada y tupé‒ les había puesto una lápida encima.
El amplio espacio de libertad que dejó Obama se ha cerrado hasta un punto asfixiante: algunos pasajeros de vuelos hacia Estados Unidos han denunciado que las aerolíneas les preguntan qué postura tienen frente a la actual administración. Adicional a esta intromisión en las preferencias políticas de los extranjeros, es probable que Trump exija que los inmigrantes den su nombre de usuario de Twitter, Facebook y su número telefónico a la hora de tramitar su ingreso a tierra estadounidense. Si bien ese escrutinio no es nuevo, lo que sí sorprende es que no se buscan alianzas con grupos terroristas sino discrepancias con Donald Trump. Así han empezado todos los regímenes que han desfilado por nuestra maltrecha América Latina. Nosotros ya nos vimos esa película. Conocemos el ‘modus operandi’ de quien se atornilla al poder a punta de declaraciones falsas, de fuerza bruta, de censura, discriminación y opresión. Y sabemos, también, que los resultados son maravillosos para el tirano y devastadores para la población.
Este veto a los siete países ‒Libia, Irak, Irán, Somalia, Sudán, Siria y Yemen‒, por ejemplo, nace de la más mezquina xenofobia y no hay forma de justificarla sin caer en el discurso de la supremacía blanca. Este veto, además, no solo afecta a los ciudadanos de esos países. Se trata de una estrategia de terror ‒sí, que genera terror, ergo, terrorista‒ que se extiende a todos los extranjeros que viven en Estados Unidos. Esto significa que más de 40 millones, el equivalente al 13 % de la población, se sienten secuestrados en ese país, sin poder viajar a sus lugares de origen para visitar a sus familiares. ¿Quién les garantiza que al volver no los deporten en el acto por una nueva ley instaurada por Trump el día anterior en contra de su país de origen? El temor de que el veto se extienda también a naciones de Latinoamérica ha ocasionado cancelaciones masivas de viajes al exterior. Las universidades en EE. UU. les están recomendando a sus estudiantes y a sus docentes no salir del país hasta tanto se haya estabilizado la situación. Pero ¿habrá tal? ¿Existirá en los cuatro años de Trump un momento en que acabe este viaje al pasado? ¿En qué tipo de país los rectores de las universidades les sugieren a sus estudiantes no viajar? ¿Cuánto más separará a EE. UU. de México con la extensión del muro que ya existe en la frontera?
Este hombre, nostálgico de los años 40, fosilizados sus valores en esa época de acoso sexual, de racismo rampante y de discriminación a los extranjeros, ha convertido el odio y la discriminación en su bandera presidencial. Ojalá que la resistencia civil no sea flor de un día y que los ciudadanos con una mentalidad del siglo XXI no abandonen sus banderas en pro de los homosexuales, de la igualdad de género, del derecho de los refugiados a ser protegidos, de la libertad de expresión, del derecho a la verdad, de la posibilidad de anhelar otra vez el sueño americano antes de que se convierta, de una vez y para siempre, en una pesadilla.
María Antonia García de la Torre
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