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Balada para un loco de poder

Mientras los demócratas se recuperan del embate de Trump, él se prepara para una reelección.

Difícil, si no imposible, aproximarse a la actualidad política de Estados Unidos sin mencionar al huracán Trump. Está el señor presidente presente en cada conversación, en los lamentos de los indocumentados, en la angustia de los artistas, en la estupefacción de los docentes. Como suele ocurrir en los regímenes, el líder levita en el inconsciente colectivo con toda su monumental existencia.
Y todo él, con su imponente y esférica presencia, cachetirrojo como un lechón de nochebuena, empieza a demostrar que la cosa va en serio. Su mano dura empieza a pulverizar las cabecitas de aquellos principios antaño considerados inviolables como la libertad de cátedra y de expresión. Los profesores, los estudiantes, los escritores siguen marchando en las calles, protestando en los campus universitarios, pero ahora hay despidos, condenas, sanciones para aquellos que no besen la argolla dorada del rechoncho dedo índice de Donald Trump.
Todos han sido tomados por sorpresa, y van cayendo, estupefactos, preguntándose qué pasó con ese país de la estatua de la Libertad, con esa meca de los refugiados, con el intocable sueño americano.
Y los inmigrantes miran a este personaje caricaturesco, mientras golpea una pelota de golf tras otra en el exclusivo Mar-A-Lago, sin saber cuándo es que los van a mandar de regreso a la tierra del narco. La paradoja de esta dolorosa realidad es que incluso los blancos han perdido muchos de sus privilegios. Paradoja, claro, porque Trump, defensor de facto de su raza, su género, su clase y su nacionalidad, no está protegiendo ni siquiera al estadounidense promedio y andan todos en una estupefacción colectiva. ¿Entraremos en guerra con Corea del Norte? ¿Habrá un desaire peor que el de Trump con México al no dar siquiera condolencias por el terremoto después de que los manitos enviaron ayuda humanitaria a Houston? ¿Cuántas puertas más cerrará el rollizo neoyorquino a su paso? ¿Será más nocivo el viejo Donald que cuatro tormentas tropicales juntas?

Estados Unidos siempre ha sido una nación que ha mirado con aires de superioridad a los habitantes “no tan blancos” del resto del continente

Lo cierto es que ya no está de moda regocijarse porque Trump es presidente y porque Hillary perdió. Las salidas en falso del señor presidente –o Potus, como le dicen en EE. UU.– han sido de un nivel tan grotesco, que ya ni los granjeros más godos y desinformados ponen las manos en el fuego por él.
Pero no nos engañemos, que Estados Unidos siempre ha sido una nación que ha mirado con aires de superioridad a los habitantes “no tan blancos” del resto del continente. Lo del racismo y los vetos migratorios no son cosa exclusiva de esta administración. Lo que sí es nuevo, gritón e insoportable, es la violenta ola neonazi que se ha organizado en todo el país para reclutar jóvenes en espacios históricamente liberales como los campus universitarios.
Ante este peligroso brote de odio contra los negros, los inmigrantes, los musulmanes y los judíos la academia se ha movilizado, y numerosos sectores de artistas, escritores, historiadores, con tan mala suerte que la ficción distópica de las novelas de ciencia ficción se ha convertido en su realidad. Hace pocos días, la Policía arrestó a una veintena de docentes de Harvard por defender de forma pacífica a sus estudiantes indocumentados.
Otros casos de ciudadanos arrestados o agredidos por manifestar su oposición al gobierno de Trump de forma pacífica han surgido en todas las regiones del país. Poco a poco van viendo lo que significa vivir bajo una presidencia en la que poco se aprecia la crítica y la discrepancia. Ven, con el paso de los días, lo que hemos vivido nosotros en Latinoamérica desde el primer día de la colonia española.
Mientras los demócratas se recuperan del brutal embate silenciador de la actual administración, Trump se prepara para una reelección. No quiere perder, claro está, la gabela de pasar los fines de semana jugando golf, y la semana tuiteando, todo por cuenta de los impuestos que pagan esos ciudadanos de bien que nunca lo han respaldado y que esperan a que la estatua de la Libertad encienda de nuevo su lámpara emancipatoria.
MARÍA ANTONIA GARCÍA DE LA TORRE
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