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Alejandra Pizarnik

“Sé, de una manera visionaria, que moriré de poesía”, profetizó, y así fue.

Como siempre hago cuando llego de ‘mercar’ en una librería, pongo todos los libros juntos sobre mi escritorio y empiezo a manosearlos y a hojearlos hasta que alguno dice ‘agarrame a mí primero’. A veces se me abalanzan al mismo tiempo, pero también pasa que el de turno se impone inmediatamente sobre los otros, como fue el caso de los ‘Diarios’ de la poetisa argentina Alejandra Pizarnik, reunidos en un volumen de 1100 páginas.
Comencé por la tardecita, con el café, el bolígrafo y la expectativa de tener esa cita plácida y deliciosamente privada con mi autor elegido. Aunque sabía algo sobre su genio y su tormento, no fue si no leer las tres entradas iniciales para que el texto me pegara una revolcada de la que solo me pude parar después de cinco días con sus noches. Nunca he leído con tanto desenfreno. Concluí que eso debe ser leer con todo el cuerpo, al darme cuenta de que cada frase ahí construida me había devorado por completo; se me olvidaron mi propio espacio y tiempo. ¡La eternidad existe!
Hasta culpa me dio cuando resolví no contestar el teléfono ni salir a ninguna parte por seguir espiando la sangría interna de esta artista enferma terminal de sí misma y de literatura. Perseguí cada letra con celos de su lucidez precoz, de la exactitud con la que eligió las palabras que decodifican su sufrimiento en infinidad de combinaciones sublimes. Me sentí mezquina escarbando entre sus heridas más íntimas, ‘resteadas’ en el lenguaje hasta la última gota de vida y de muerte. “Ahora sé que cada poema debe ser causado por un absoluto escándalo en la sangre”, dice a sus 18 años esta mujer que se suicidó en la mitad de su treintena, cuando se le acabaron los símiles y demás recursos literarios para describir una angustia sin la cual nunca se reconoció, su majestuosa angustia, la musa de su don artístico.
Cuando dejaba el libro sobre la mesa de noche, su proximidad vibraba como si todo un ser vivo estuviera todavía respirando en ese objeto que parecía despedir un vapor infernal e irresistible como esos abismos que intimidan e invitan a botarse al mismo tiempo. Y me lanzaba, deslumbrada ante el cumplimiento que dio a su más grande desafío: escribirse; escribir su ser con un dolor lujoso y una belleza terrible, violenta e inevitable, fuera de cualquier principio estético.
“Sé, de una manera visionaria, que moriré de poesía”, profetizó, y así fue.
MARGARITA ROSA DE FRANCISCO
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