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¡Las Farc ya no existen!

Este 27 de junio tuvo lugar el acto más importante en el último medio siglo en el país.

El martes pasado Colombia debió izar la bandera, y debimos cantar el himno. ¡Oh júbilo inmortal! Y debimos hacer un alto en el trabajo y abrazarnos.
Es más, se debieron dar un abrazo el presidente Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe, Andrés Pastrana; Rodrigo Londoño, ex-‘Timochenko’, y otros de las Farc. Y soltar palomas. Era lo ideal. Y hasta lo justo, porque todos, entre plomo y diálogo, tenían que ver con que se acabaran las Farc como grupo armado, en especial el presidente Santos, que se la jugó y justificó su Nobel.
Este martes cesó la horrible noche, y se debió –eso se debe hacer este 20 de julio, señor Presidente– rendir un homenaje nacional a nuestras Fuerzas Armadas. Todas las armas, todos sus hombres, por muchos años, merecen que los colombianos les gritemos las gracias desde el alma porque llegamos a firmar la paz, en gran medida, por el sacrificio y el valor de tantos y tantos hombres con el uniforme patrio y de sus familias. Y gracias a su disciplina y a su respeto por las instituciones. Miles dieron su vida; miles, su integridad física en esta maldita y triste guerra, que unos no quieren que pare. Gracias, militares. Por eso, en este puente festivo, por las carreteras no solo el pulgar arriba, sino un aplauso para nuestros héroes.

Ojalá que también se firmara la paz entre nuestros dirigentes, que paren esas campañas de odio que polariza la sociedad

En todo caso, este 27 de junio tuvo lugar el acto más importante en el último medio siglo en el país: se completó, en Mesetas, Meta, la entrega de 7.132 armas de la guerrilla a la ONU. Fue real: ¡se acabaron las Farc! ¡Increíble! ¡Ya no existen como guerrilla! Si alguien despertara de un largo sueño hoy y le contaran que las Farc –que duraron 53 años siendo pesadilla y dolor– terminaron, por la vía negociada, entregando el mayor número de armas, poderosas y en buen estado, que se haya visto en un acuerdo de paz, no lo creería. Plop, otra vez.
Pero, sí. Y el mundo entero aplaude y felicita a Colombia. Sin embargo, aquí –donde los espíritus no se desarman, donde unos que andan sembrando odio para cosechar votos, Uribe y Pastrana, como no pudieron firmarla ellos, firmaron una entre ambos– no hubo tanto fervor nacional. Es que muchos aquí prefieren rendirles honores a las viudas del poder.
Pensaba en ese simbolismo del fusil AK-47 en forma de pala entregado por Santos a ‘Timochenko’. Y luego este alzando a una bebé nacida en una zona de desarme, donde ya no se duerme con la mano en el gatillo, sino en la gatilla. Esto significaba la vida que empieza y una herramienta para labrar la tierra. Para ganarse el pan con el sudor de su frente, pero no frente 33, sino trabajando. Esa es la paz. Que 7.000 hombres dejen de matar y sean productivos.
Pensaba en el pasado, en las bombas, los secuestros, los desplazados; en los alambrados humillantes, en los niños huérfanos, en el dolor de todos. Y en que eso es, precisamente, lo que se está acabando poco a poco. Este es un paso gigantesco. Pensaba en que ya se puede ir al campo, para algunos solo con el temor de que les dé aftosa a las vacas sagradas, como dijo el caricaturista Jota.
El reto es grande aún. Primero, que las Farc sigan cumpliendo. Que se recuperen todas las caletas que faltan. No se puede fallar con la reparación ni con la justicia. Y ojalá que el Eln entienda que no puede ser otro azote secuestrador y enemigo de todos.
Y ojalá que también se firmara la paz entre nuestros dirigentes, que paren esas campañas de odio que polariza la sociedad. Ese es un triste papel en la historia para cualquier líder, porque, como dijo Jean-Paul Sartre: “Basta con que un hombre odie a otro para que el odio vaya corriendo hasta la humanidad entera”.
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com
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