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El restaurante Colombia

La discriminación es el principio del odio social, es ‘maña vieja’ y se da todos los días.

Odiosa la discriminación al señor José López, un hombre maduro y respetable que, como tantos, se gana la vida cantando con su vieja guitarra, y a quien esta semana, en el restaurante Taquino, en Medellín, lo querían sacar de taquito a comer afuera. No se podía sentar a almorzar con una pareja generosa, a quienes les gustó como él cantó 'Mama vieja'. Usted debe comer afuera… más o menos le dijo la cajera… No se puede sentar con los clientes. Don José estaba bien vestido, solo olía a música de antaño. ¿Sería porque el sombrero no era aguadeño? Eh, ave María, hombre.
Llamaron a la dueña y hubo discusiones. Al final, fue autorizado a almorzar con la pareja y se fue, luego, con su música a otra parte. Pero la bandeja paisa se le volvió un chicharrón peludo al restaurante, con protestas, comensales sentados en el piso y amenazas… Rara esta maluca actitud con don José, porque los paisas son hospitalarios y generosos. El otro día unos uribistas me querían regalar unos pasajes para Afganistán.
La discriminación es el principio del odio social, es ‘maña vieja’ y se da todos los días sea por la raza, por el nivel cultural o social, o por género, etc. Aunque cada vez, por suerte, hay más conciencia.
Pero esa frase discriminatoria de esposa ofendida: “usted debe comer afuera”, se oye en el mundo entero. Mañana es el día de las madres, y pienso en los miles de mujeres que salen de Siria, huyendo del régimen de Bashar al Asad, de donde han salido unos cinco millones de refugiados. Están en Turquía, en Líbano, en Jordania, Irak o Egipto, y, por más que les quieran ayudar, ellos se sienten comiendo afuera. Eso, si hay comida.

Se debe buscar que, gane quien gane, las buenas propuestas políticas para el país sean aprovechadas. Incluso que los candidatos derrotados las desarrollen.

En nuestras ciudades hay muchas madres a quienes la violencia las puso a comer fuera de sus hogares, de sus parcelas, sin sus hijos, o no con todos. Por eso es urgente implementar bien la paz, que sea un compromiso del nuevo presidente, y que les restituyan sus tierras. Millares de madres luchan en trabajos sencillos, comiendo donde se pueda. A ellas, y a todas, yo les canto en ritmo de admiración ‘Mamá valiente’, y pido que la igualdad de género sea de verdad. Que el machismo no se siente en su mesa.
Y, según el presidente Santos, más de un millón de venezolanos, víctimas del régimen de Maduro, otro hijo de Putin, como Al Asad, madres, padres, hijos, están aquí. Y ya he visto actitudes con algunos de ellos como la que vivió don José. Es hora de ser humanos. Los venezolanos son hermanos nuestros en mala situación, en gran mayoría gente trabajadora y buena, que tuvo que salir de allá porque no hay qué comer ni adentro ni afuera, ni cantando ni llorando.
En Colombia hay desigualdad y necesidades, pero estamos lejos de vivir lo que vive el país hermano. Y suena bien ese eslogan de Humberto de la Calle de ‘Un país en que quepamos todos’. “Un país que lucha contra la inequidad y la discriminación”.
Y contra el odio, diría yo, y por la recuperación de la generosidad. Se debe buscar que, gane quien gane, las buenas propuestas políticas para el país sean aprovechadas. Incluso que los candidatos derrotados las desarrollen. Por ejemplo, De la Calle, si no gana, que sea un gran gerente de la paz. Petro, que no creo que gane, porque está marcado como ficha de Maduro, y es muy malo para administrar, puede quedar como una especie de madre Teresa de Calcuta por una Colombia humana.
Y así. Pero todos por la igualdad, por que no haya más discriminación, donde los niños no se acuesten con hambre y las madres, con amargura. Difícil. Pero se necesita que Colombia sea un gran restaurante donde quepamos y comamos todos. Donde podamos celebrar en paz el Día de la Madre antes que echarnos la madre. ¿Se le miden?
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com
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