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El año de la paz

El cambio de año debe ser cambio de actitud. Para este 2017 necesitamos suerte, pero también voluntad. Tenemos todos que hacer propósitos de reconciliarnos y consolidar la paz.

Luis Noé Ochoa
El viejito bisiesto 2016 se va esta noche por el túnel del tiempo. Los bisiestos han sido trágicos. En años como estos mataron a Mahatma Gandhi, a Robert Kennedy, a Martin Luther King, a Indira Gandhi. En un bisiesto se hundió el Titanic. Y se hundió el plebiscito por la paz de Colombia, que chocó contra un témpano de mentiras en aguas del mar de envidias.
Y los gringos eligieron a un ‘aprendiz’, Donald Trump, un 'showman', visto como misógino, mentiroso y racista, que tiene a medio mundo en vilo y al otro medio Putin.
Aquí, el bisiesto es el año de la paz. El acuerdo con las Farc, firmado y refirmado, es histórico y memorable. Después de más de medio siglo de conflicto, las Farc dejan las armas y pasamos una Navidad con cese del fuego, con sus jefes pidiendo perdón, con menos desplazados, menos atentados, menos muertes violentas. Los fusiles serán fundidos y ya, de hecho, se han salvado muchas vidas. Ese es un principio de paz, como saber que mañana es primero de enero.
Bueno, el Eln sigue con su torpeza, matando a mansalva. Si las Farc aún tienen menores, es urgente y humano que, así falten cinco pa’ las doce, los dejen salir corriendo a sus casas a abrazar a su mamá.
Como el presidente Santos hizo el agüero de salir con las maletas alrededor de la Casa de Nariño, este año viajó –claro que está viajando mucho y aquí hay harto que hacer– a Oslo a recibir el justo Nobel de Paz, un premio para Colombia, un respaldo internacional para que no nos matemos más. Pero este bisiesto nos deja un país dividido. En esta fecha, el año pasado, muchos en lugar de champaña tomaron limón con pólvora, que produce acidez, retorcijones y un negativismo que a veces ni la bendición del Papa alivia.
El 2016 nos deja una reforma tributaria que aprieta más que en TransMilenio en horas de tocata y fuga, como decía Bach. Los pensionados, por ejemplo, no echaron lentejas al bolsillo el año pasado y van a seguir pelados, porque no les bajaron los aportes a salud. Y el IVA a productos de la canasta familiar, incluido el aceite, dejará los aumentos de enero en cero colesterol.
Pero Colombia va por buen camino. Con paz habrá progreso, un campo más productivo y más inversión. Por eso hay que apostarle. Y los que crean en ello, que hagan los agüeros. Echar un huevo bajo la cama, aunque incómodo, es al menos divertido, para madrugar a ver la clara. A propósito, un expresidente echó uno y le salió un conejo. A otro le salió un sapo.
Si la clara tiene forma de barco, se viajará; si está esponjada, tiene a su suegra detrás o recibirá buen aumento de sueldo; si la yema está amarillo dorado, o le da paludismo o recibe un Nobel, sin comprarlo.
Lo de los cucos amarillos, dicen que es de buena suerte, pero es importante que los compren ellas mismas, pues si alguien se los regala puede tener la tentación de quitárselos. Lo de la espiga de trigo es un acto de fe para que no falte el pan en la mesa. Como que es el agüero de Bill Gates. Hay que echar algo en la despensa. Algunos políticos dejan mermelada.
El cambio de año debe ser cambio de actitud. Para este 2017 necesitamos suerte, pero también más voluntad que cálculos políticos. Tenemos todos que hacer propósitos de reconciliarnos y consolidar la paz, pues esta crispación política ya está aburridora y sigue polarizando a la sociedad.
Y, por último, todos tenemos que luchar contra la corrupción, que es peor que las guerrillas. Hoy, una de las uvas, que no sean robadas, debe ser por este propósito. Otra, por defender a la niñez; hay que hacer el agüero de echar una cadena perpetua detrás de la puerta.
Feliz y pacífico año para todos.
Luis Noé Ochoa
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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