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No hay mal que por bien no venga

Las Farc ya no son el terror del país, sino un partido político que podemos derrotar en las urnas.  

Lucy Nieto de Samper
Termina uno de los años más difíciles. Seguimos nadando en coca –aunque ya la estén arrancando– y naufragamos en corrupción. En esta materia, ponen el punto más alto los magistrados y exmagistrados de las altas cortes que integran el ‘cartel de la toga’, para vender sentencias y archivar indagatorias a precio de oro. El vergonzoso comercio lo destapa Luis G. Moreno, exzar anticorrupción y ayudante del ‘cartel’, preso por corrupto. En la cárcel, para obtener rebaja de condena, suelta la lengua. Sus escandalosas revelaciones salpican a los socios del cartel, a congresistas, excongresistas y altos exfuncionarios.
Moreno cae en manos de la justicia cuando viaja a Miami, a cobrar un “servicio” al exgobernador de Córdoba Alejandro Lyons, quien, tras desfalcar al departamento, huye a Miami, en donde colabora con la DEA para evadir cárcel. Y con la DEA, Lyons tumba a Moreno: le paga el “servicio”, 10.000 dólares, con billetes marcados. Moreno, de nuevo en Bogotá, es detenido y encarcelado. Y en Estados Unidos lo piden en extradición por traficar en dólares.
Este novelón, que deja por el piso la ‘majestad’ de la justicia y la integridad de gente con poder, termina bien: 1) Se destapa un pozo de corrupción en el Poder Judicial; 2) Hay cárcel para los culpables; 3) Luis G. Moreno, hábil corruptor, sale de la escena. No podrá volver a ejercer y será extraditado cuando complete sus denuncias, como lo exige el procurador Fernando Carrillo. Por su parte, el fiscal Martínez tendrá que explicar por qué puso esa ficha en ese puesto.
* * * *
Ocho millones de víctimas y 6 millones de desplazados le costó al país la guerra fratricida que duró más de medio siglo, y durante la cual las Farc cometieron toda clase de crímenes: violaciones, secuestros, siembra de minas antipersonas, asalto de poblaciones, derrumbe de torres de energía, penetración de oleoductos con derrame de petróleo que contaminó ríos y lagunas. Durante 52 años, las Farc fueron el terror de los colombianos, en particular de la población campesina.
Para ponerles fin a tantos desastres, se inició en La Habana un largo y tenso proceso de paz con esa guerrilla.
Fueron siete años de un duro intercambio de pareceres, durante el cual se tomaron decisiones trascendentales, ante todo en favor de las víctimas. Finalmente, las Farc dejaron las armas y hoy se organizan como partido político.
Con sus más y sus menos, esa realidad no se puede desconocer. Que un selecto grupo de colombianos haya dedicado siete años de su vida para lograr que las Farc dejaran de delinquir y de echar bala es el hecho más importante en la historia de este gobierno. Lo siente así la población campesina, víctima directa de los horrores de la guerra.
Después del plebiscito, cuyo resultado fue lamentable –pues con mentiras y asustando a la gente lo ganaron, por 52.000 votos, enemigos del proceso de paz–, arreció la campaña contra lo acordado en La Habana. Quienes no reconocen que el proceso de paz y las Farc sin armas son una ganancia creen –como dice Mauricio Vargas– que el candidato presidencial Humberto de la Calle “carga el enorme lastre de los acuerdos de La Habana, y eso lo perjudica.
¿Cómo puede ser “un lastre” haber trabajado siete años por la paz? ¿Cómo puede perjudicar a DLC haber desarmado a las Farc?
Yo creo, en cambio, que lo mejor para De la Calle, para el país, para los colombianos es que las Farc hayan dejado de echar bala. Que, gracias al acuerdo de paz, las víctimas sean reconocidas y reparadas. Y que las Farc no sean más el terror del pueblo colombiano, sino un partido político que podemos derrotar en las urnas.
LUCY NIETO DE SAMPER
lucynietods@gmail.com
Lucy Nieto de Samper
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