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Vuelo macondiano

Se refrenda la afirmación de García Márquez, quien solía decir que la realidad supera la ficción.

En el país ficticio creado por García Márquez para retratar a Colombia no solo ocurren prodigios como la elevación por los aires de Remedios, la bella. También es posible que los aviones vuelen sin despegar, como sucedió hace poco con un vuelo de Avianca que la empresa dio por realizado sin que hubiera abandonado la pista.
El vuelo fue el número AV247, programado para salir del aeropuerto Dulles, de Washington, a las 16 horas y 13 minutos del 31 de mayo pasado con destino al aeropuerto El Dorado de Bogotá, a donde debía llegar el mismo día a las 20 horas y 45 minutos. Los pasajeros fueron embarcados de acuerdo con el horario previsto, y el avión calentó motores, se enrumbó a la pista y estaba listo para el despegue, cuando de pronto se desató una tormenta de dimensiones bíblicas que paralizó las operaciones del aeropuerto.
La tempestad duró casi tres horas, durante las cuales la tripulación del vuelo AV247 y sus dos centenares de pasajeros debieron quedarse en sus puestos y el avión, quieto en la pista. Pasada la tormenta, la aeronave debió regresar a su posición de parqueo para recargar el combustible consumido mientras permaneció con los motores encendidos bajo la lluvia. Cumplido el reabastecimiento, el capitán informó a los pasajeros que debido al tiempo perdido, el horario de trabajo al que estaba limitada la tripulación se vencería durante el vuelo, por lo cual este tenía que ser cancelado.
Los pasajeros se vieron obligados a desembarcar y esperar en la terminal de Avianca en el aeropuerto durante otras cuatro horas para que se les asignara un nuevo vuelo, que finalmente fue programado para el día siguiente. Pero aquí saltó la liebre. Por lo menos durante la mitad de ese tiempo, el personal de la empresa funcionó en un mundo de ficción porque en sus sistemas internos el vuelo aparecía como si hubiera sido despachado a tiempo. El carácter macondiano de este episodio llegó a tal punto que cuando un pasajero se comunicó con las oficinas de Avianca en Bogotá, utilizando el número suministrado por los encargados de la empresa en el aeropuerto Dulles, no le creyeron que estaba llamando de Washington porque para ellos, el avión estaba volando.
Aunque este tipo de situaciones no es muy común, cualquiera supondría que las empresas aéreas tienen ‘protocolos’ para enfrentarlas. Lo primero que se viene a la mente es que la emergencia debió ser comunicada a las oficinas centrales de la compañía de manera instantánea, lo cual evidentemente no se hizo. También es de suponer que existan medidas para el manejo de casos así, como las de tener tripulaciones de reemplazo y acuerdos para la asignación de cupos a los pasajeros en otras compañías. En este caso, ni estas ni otras soluciones podían ser contempladas mientras el vuelo siguiera ‘vivo’.
Cuando el personal de la compañía enfrentó al fin la realidad, lo que siguió también tuvo ribetes macondianos. Dos funcionarias fueron las encargadas de solucionar la situación de los pasajeros, y lo hicieron caso por caso, lo cual explica el largo tiempo que les tomó atenderlos a todos. Como estos ya habían salido de Estados Unidos, debieron ingresar de nuevo con sus equipajes y pasar la aduana como si acabaran de llegar, para repetir al día siguiente todo el proceso de la emigración y embarcar de nuevo. Todo esto sin contar los perjuicios inevitables en estos trances, como el que sufrieron muchos de los afectados al perder sus conexiones con otras ciudades del continente.
Este episodio refrenda la afirmación de García Márquez, quien solía decir que la realidad supera la ficción. Puedo dar fe de este porque fui uno de los pasajeros del vuelo frustrado y, en consecuencia, uno de los protagonistas involuntarios de esta historia, que habría dado material para otra de las fantásticas narraciones de nuestro primer premio nobel.
LEOPOLDO VILLAR BORDA
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