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Paradoja americana

En ninguna etapa de la historia estadounidense faltaron los inmigrantes.

Los discursos xenófobos, comenzando por los que salen del púlpito de la Casa Blanca, siguen inundando los medios y provocando agresiones como la que sufrió hace poco en Los Ángeles el mexicano Rodolfo Rodríguez, de 92 años, brutalmente golpeado por varias personas mientras le gritaban: “¡Regresa a tu país! ¡Vuélvete a México!”. Un insulto especialmente cruel para quien puede sentirse, como en la canción de la banda mexicana Nunca Jamás, extranjero en su propio país.
Nadie ignora que California y todo el suroeste estadounidense pertenecieron a México y nunca dejaron de tener mucho en común con él, así como el noroeste lo tiene con Canadá y Florida con el Caribe y América del Sur. Pero, como dice el refrán, no hay cuña que más apriete que la del mismo palo. Los agresores de Rodríguez fueron varios afroamericanos, que no han sido ajenos a la ola de hostilidad contra los inmigrantes que invade a Estados Unidos. El país de inmigrantes por excelencia, donde hasta los primitivos pobladores llegaron del exterior, no quiere a los inmigrantes. El primero en rechazarlos es Donald Trump, hijo de madre escocesa y nieto de alemanes por el lado paterno.
Algunos apelan al argumento económico y laboral, aduciendo que los que llegan son una competencia desleal y una carga para los residentes. Otros alegan que hay extranjeros incompatibles con el sistema democrático estadounidense. Los más, sin decirlo, están en contra de cualquier grupo étnico, nacional o religioso distinto al suyo. Unos son particularmente hostiles a los latinos y los musulmanes. Sin embargo, la historia de Estados Unidos está llena de ejemplos que dejan sin piso esas supuestas justificaciones.

El país de inmigrantes por excelencia, donde hasta los primitivos pobladores llegaron del exterior, no quiere a los inmigrantes.

Desde la fundación de la primera misión católica en San Agustín, Florida, en 1565, sucesivas olas de inmigrantes engrosaron la población estadounidense. Antes de que los colonos holandeses compraran a los indígenas la isla de Manhattan en 1626, conquistadores españoles, franceses e ingleses efectuaron asentamientos en distintas partes del territorio. A las colonias británicas que conformaron la Unión Americana llegaron grupos de alemanes y escandinavos, además de esclavos africanos.
En ninguna etapa de la historia estadounidense faltaron los inmigrantes. Entre 1892 y 1954 ingresaron 12 millones solo a través de Ellis Island, donde está la Estatua de la Libertad. El grueso de esa inmigración fue de italianos, suizos, alemanes, holandeses, franceses, bohemios, irlandeses, escoceses y escandinavos. Judíos, anabaptistas amish y menonitas alemanes y rusos establecieron comunas en varios estados. Más tarde, las oleadas llegaron de México, el Caribe y América del Sur.
Uno de los capítulos en los que la inmigración ayudó a sentar los cimientos del país fue la expansión de la frontera hacia el Oeste durante el siglo diecinueve, uno de los fenómenos sociales y demográficos más importantes de la historia. En el cual, por otra parte, el pueblo local compitió con los forasteros en el afán de emigrar.
Impulsados por deseos de conquista y dominio o simplemente en busca de fortuna, millones de nacionales compartieron con los inmigrantes esa extraordinaria experiencia, en la que enormes extensiones desérticas fueron colonizadas y convertidas después en estados.
En la construcción del Ferrocarril del Pacífico, que unió por primera vez los extremos de la Unión Americana, trabajaron hombro con hombro estadounidenses, mexicanos, alemanes, ingleses, chinos y exesclavos africanos. La línea de ensamble, introducida primero en Chicago por las empacadoras de carne y después adoptada por las grandes industrias, nunca funcionó tan bien como en las manos de mexicanos, asiáticos y afroamericanos. Entre todos convirtieron en realidad la ilusión de transformar el enorme desierto americano en una gran nación continental. ¿Por cuánto tiempo los xenófobos seguirán tapando el sol con un dedo?
LEOPOLDO VILLAR BORDA
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