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Los nuevos miserables

El de Trump no es el único muro contra los perseguidos y pobres de la Tierra.

El muro que Donald Trump quiere levantar a lo largo de la frontera con México no es el único que amenaza a los que huyen de la pobreza o la persecución en el mundo. Otros menos visibles se levantan todos los días en muchas partes para frenar la que ya puede calificarse como la mayor oleada de migrantes que ha ocurrido en mucho tiempo en el planeta.
La República Checa es el más reciente escenario de ese fenómeno. Allí, como en otras naciones europeas y en Estados Unidos, el populismo está explotando políticamente el miedo a los inmigrantes de los países musulmanes. A la cabeza de esta reacción está el presidente Milos Zeman, quien obtuvo la reelección en una segunda vuelta al derrotar el pasado fin de semana a Jiri Drahos, expresidente de la Academia Checa de Ciencias y defensor de los valores democráticos.
Lo más vergonzoso es que, en su afán de buscar votos, Zeman no tuvo escrúpulos para dar una voltereta de 180 grados respecto a los inmigrantes. En 2013 ganó la presidencia con una plataforma de izquierda que favorecía a los refugiados de las guerras en los Balcanes, pero cuando empezaron a llegar los migrantes de África y el Medio Oriente se convirtió en partidario de cerrar las fronteras. Por su vuelco hacia la derecha, y sobre todo por su rechazo a los inmigrantes, ya es conocido como el ‘Trump checo’. Con su reelección, la República Checa optó por seguir el camino de Austria, Polonia y Hungría, que rechazan a los inmigrantes y se resisten a cumplir las cuotas de recepción establecidas por la Unión Europea.

En la actualidad, las naciones europeas son las que experimentan con más intensidad el fenómeno migratorio generado por los conflictos en otras partes.

Antes de las guerras que han empujado a millones de personas a lanzarse al mar con la esperanza de alcanzar las costas europeas, la pobreza, las persecuciones religiosas y políticas o simplemente la búsqueda de mejor suerte generaron grandes movimientos migratorios no solo allí, sino en otras partes del mundo. Los seres humanos se han ilusionado desde la prehistoria con la tierra prometida. Tras el descubrimiento de América, el nuevo mundo fue el imán que atrajo los principales movimientos de población, por razones económicas, religiosas y políticas, hacia las naciones donde se creía que se podía alcanzar una vida mejor.
Desde su independencia, Estados Unidos ha sido uno de los principales destinos de los migrantes en el mundo. Varias oleadas de inmigrantes se unieron a los primeros colonos ingleses y holandeses para conformar el que, desde un principio, fue un país sustentado en la inmigración. En los tiempos modernos, las corrientes migratorias fueron incesantes: 55 millones de europeos cruzaron el Atlántico desde finales del siglo XIX hasta mediados del siguiente para llegar al que era visto desde el Viejo Mundo como el nuevo paraíso terrenal, sobre todo después de las guerras mundiales. Así también ocurrió durante buena parte de este siglo el éxodo gradual y sostenido de latinoamericanos (especialmente mexicanos, cubanos, colombianos y argentinos) hacia el mismo destino.
En la actualidad, las naciones europeas son las que experimentan con más intensidad el fenómeno migratorio generado por los conflictos en otras partes. La diferencia es que ahora la llegada de extranjeros no es bienvenida allí ni tampoco en Estados Unidos, como lo era en otros tiempos. Ni la estrategia común adoptada por la Unión Europea para la admisión organizada y equilibrada de inmigrantes en sus países miembros, ni la labor de las organizaciones defensoras de los derechos humanos ni los llamados del papa Francisco para que se dé refugio a los perseguidos y los hambrientos impiden que políticos oportunistas estimulen el rechazo a los extranjeros para obtener votos, como lo muestra el caso de la República Checa. Este es el más reciente, pero no el único, ni siquiera el más protuberante de los ejemplos que muestran hasta dónde es posible explotar el chauvinismo, el nacionalismo mal entendido (en una palabra, el egoísmo) para negarles el pan y el agua a los nuevos miserables de la Tierra.
LEOPOLDO VILLAR BORDA
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