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La cara oculta de Canadá

Dos hechos recientes desnudaron una cara ignorada y oscura de ese país. El racismo no desapareció.

Canadá es una de las pocas democracias completas del mundo, según el índice anual que publica ‘The Economist’. Aventaja a Estados Unidos, que está entre las democracias defectuosas junto a países como Colombia. Pero dos hechos recientes, uno de los cuales involucró a inmigrantes colombianos, desnudaron una cara ignorada y oscura de ese país.
El 7 de diciembre pasado, la ciudad de St. Thomas, situada a 208 kilómetros de Toronto, fue escenario del ataque de Mark Phillips, un canadiense de 36 años perteneciente a una influyente familia de Ontario, a una pareja de colombianos que viven en Canadá desde hace 17 años. A los gritos de “¡islámicos!” y “¡terroristas!”, Phillips los agredió en el Elgin Mall, un centro comercial de la localidad, cuando los oyó hablar español.
El colombiano Sergio Estepa sufrió una fractura de costilla al ser golpeado con un bate de béisbol mientras su esposa y su hijo de 13 años contemplaban la agresión y este último la grababa en video. Phillips fue liberado bajo fianza, en espera de un juicio. Este fue uno de varios atropellos a latinos confundidos con musulmanes cometidos últimamente en el tranquilo municipio y sus alrededores.
El 9 de febrero pasado, el lobo del racismo también mostró sus orejas a más de 3.000 kilómetros de St. Thomas, en la localidad de Battleford de la provincia de Saskatchewan, en un juicio por el homicidio de Colten Boushie, un indígena muerto de un disparo por el granjero blanco Gerald Stanley cuando ingresó a su propiedad en un vehículo con tres ocupantes más, el 9 de agosto de 2016. Tras un juicio de un año y medio, el jurado absolvió a Stanley. Esto atizó los sentimientos encontrados de los canadienses, algunos de los cuales no ocultan su rechazo a los indígenas. Ben Kautz, un concejal de la vecina localidad de Browning, escribió en Facebook que el único error de Stanley había sido dejar tres testigos. Otros blancos protestaron frente al juzgado y respaldaron a la familia de Boushie.
El ‘problema’ indígena es para Canadá el equivalente de la esclavitud para Estados Unidos. La relación entre blancos e indígenas ha pasado por rebeliones y confrontaciones sangrientas, así como por tratados incumplidos por la Corona británica y el Gobierno canadiense. Los aborígenes viven aislados en reservas como pueblos del tercer mundo, invisibles para el resto de la población. La Corte Canadiense de Derechos Humanos condenó en 2017 esa discriminación y le ordenó al Gobierno suspenderla. Censuró en especial el sistema de internados forzosos para niños indígenas, creado hace más de un siglo y administrado por la Iglesia anglicana, otras iglesias cristianas y la Iglesia católica con el fin de alejarlos de sus hogares y obligarlos a hablar inglés o francés para asimilarlos a la cultura canadiense.
El primer internado, abierto en 1883, fue precisamente el de Battleford. El sistema fue modificado en el siglo XX para incluir a los indígenas en el sistema público, pero muchos niños siguieron siendo alejados de sus familias hasta finales del siglo. Más de 150.000 fueron internados hasta 1996, cuando se cerró la última escuela. Sometidos a abusos y trabajos forzados, muchos murieron en los internados, sufrieron estrés postraumático o cayeron en el alcoholismo y la drogadicción, problemas que persisten en sus comunidades.
En 2008, una comisión de la verdad y la reconciliación equiparó el sistema de los internados a un genocidio cultural. Ese año, el primer ministro Stephen Harper pidió perdón a los afectados en nombre del Gobierno, como también lo hizo el actual, Justin Trudeau, el 25 de noviembre pasado, y lo han hecho las iglesias que administraron el sistema. El Gobierno y las iglesias, además, están indemnizando a las víctimas por mandato legal. Canadá dio vuelta así a la página más negra de su historia, pero el racismo no desapareció. Los hechos aludidos atrás muestran que este no es solo un estigma de su pasado.
LEOPOLDO VILLAR BORDA
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