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Acuerdo Ya

El mismo No le dijo al Gobierno en las urnas que se requiere un acuerdo de paz con ajustes. Si a eso aspiramos, lo necesitamos ya. El tiempo conspira contra la paz.

Laura Gil
Dicen que no es no, pero, en este caso, la lectura resulta algo más compleja. Con la victoria del No, el Gobierno no recibió un solo mandato, sino tres.
El primer mandato compromete al Gobierno a impedir la implementación inmediata del acuerdo sometido a las urnas. La derrota del Sí, por estrecha que haya sido, refleja el rechazo al texto acordado. No existe manera de regresar al documento inicial sin pisotear una voluntad popular expresada en libertad. De desconocer este dictamen electoral, la democracia colombiana quedaría rota hasta en su aspecto más formal. El presidente Santos es consciente de ello y, por eso, minutos después del anuncio de resultados, afirmó que la nueva realidad política nos impone “buscar puntos de encuentro y de unidad” y ellos se deben reflejar en la introducción de cambios sustanciales.
El segundo mandato radica en el imperativo de concretar un acuerdo nuevo. Esto se deriva de las manifestaciones de los líderes del No en campaña y después. Ellos prometieron “un mejor acuerdo”; ninguno propuso desechar por completo el que hay. Álvaro Uribe afirmó el mismo 2 de octubre: “Queremos aportar a un gran pacto nacional”; Carlos Holmes Trujillo repitió hasta la saciedad que se trata de mejorar el acuerdo que hay. Alejandro Ordóñez espera que sus propuestas “permitan alcanzar un acuerdo de paz con blindaje jurídico y político”. Andrés Pastrana mantuvo reuniones con sectores del No “para ver de qué forma podemos ayudar de una forma muy rápida a implementar un nuevo acuerdo”.
Ningún líder visible del No hizo campaña con el fin de la paz negociada. No sabremos cuántos votantes de los seis millones y pico del No pudieron haberle apostado al regreso de la guerra. Pero estos ciudadanos están huérfanos de jefe político. Si una o varias figuras quieren la continuación del conflicto, ninguna se atreve a confesar una posición tan descabellada en público, y eso configura un hecho político que le brinda a Juan Manuel Santos el respaldo para persistir en la mesa y aprovechar el camino avanzado.
El tercer mandato está relacionado con los tiempos. Si entendemos el mensaje de la votación como uno que obliga a alcanzar un acuerdo diferente, debemos ser conscientes de que ello debe hacerse de forma rápida y eficaz. Estamos sentados sobre una bomba de tiempo. Una negociación, con un guerrilla agrupada y presa fácil, pero sin horizonte temporal; un cese bilateral indefinido, pero sin acuerdo de paz a la vista; una verificación internacional en marcha, pero con presupuesto y apoyo en riesgo, no constituyen una fórmula para la estabilidad. Saboteadores armados hay en todos los procesos de paz y pronto podrá aparecer alguno que ponga a este en el vilo.
Algunos sectores aspiran a demorar con lógicas electorales lo que Colombia requiere con urgencia. Pero ninguno se arriesga a hacerlo explícito. Francisco Santos lo advirtió: “En mi partido hay gente que no quiere que avance el proceso de paz”. Esos opositores de la paz negociada saben que el tiempo juega en contra del acuerdo. Lo que sí dicen los promotores del No, así algunos lo hagan de boca para afuera, apunta a la necesidad de construir sobre lo construido. Escuchémoslos. Las partes no necesitan aceptar todas las propuestas, ni desnaturalizar lo pactado, sino mostrar la voluntad de hacer ajustes de fondo y viables que respondan a preocupaciones sensatas.
El mismo No le dijo al Gobierno en las urnas que se requiere un acuerdo de paz con ajustes. Si a eso aspiramos, lo necesitamos ya. El tiempo conspira contra la paz.
Laura Gil
Laura Gil
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