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Mirando a la frontera

¿Por qué razón solo nos ocupamos de ellas cuando hay una situación de crisis?

¡Ay las fronteras! ¿Por qué razón solo nos ocupamos de ellas cuando hay una situación de crisis? ¿Por qué hace falta vivir momentos de alta tensión en el orden público, como los que se están dando en el Catatumbo, para que miremos hacia allá? ¿Por qué tenemos que esperar a que se den hechos como los que golpean la frontera con Ecuador para que pensemos en la urgencia de enfocarnos en esa zona del país?
El mal del centralismo colombiano, así este sea negado por los gobernantes, sigue pasándonos unas tremendas cuentas de cobro, y el turno hoy les toca a las fronteras.
No es sino por causa de un centralismo que invisibiliza las realidades que se dan en las zonas más apartadas como se puede entender cómo aún se sigue hablando de Tumaco como una tierra de nadie doblegada ante el ímpetu violento de los grupos narcotraficantes que se han afincado en esa ciudad y toda esa zona del suroccidente del país.
El problema no es ‘Guacho’. El problema no eran las Farc. El problema es que seguimos viendo a esos actores temporales como si fueran la causa misma de los males que aquejan a esa zona de frontera. Y entonces pensamos: se acaban las Farc, y llega la prosperidad, y todo va a ser como un cuento de hadas. Pero no pasa.

El mal del centralismo colombiano, así este sea negado por los gobernantes, sigue pasándonos unas tremendas cuentas de cobro, y el turno hoy les toca a las fronteras.

Quite a ‘Guacho’, llegará otro. Quite a ese otro, llegará alguien más.
El problema no es una persona o diez o trescientas. La falta de atención del Estado hacia esas zonas es la base de los conflictos y del imparable auge del narcotráfico en regiones adonde a duras penas llegan los servicios más básicos que necesita una población: salud, educación y vías de comunicación. ¿Por qué se insistía en los acuerdos de La Habana en la necesidad de una reforma rural integral? Porque si esos sectores apartados no se vuelven prioridad para el Estado, siempre llegará otro a querer controlarlo todo, y sin duda lo hace con el respaldo miserable de las armas.
Es exactamente lo mismo que pasa en el Catatumbo. ¿O acaso quienes salieron a protestar este fin de semana no eran campesinos?
Y es claro que los campesinos protestan porque están cansados de la presión de los grupos guerrilleros que en esa región amenazan y hacen de las suyas sin reparos del Gobierno central. Es evidente que estar bajo el fuego cruzado entre el Eln y el Epl no es algo para celebrar. Pero también protestan porque sienten que desde el Gobierno de Bogotá los invisibilizan, los tratan como si no merecieran atención, como si fueran ciudadanos de segunda que deben aceptar en silencio la amenaza constante de los fusiles y las muertes que se suceden día tras día, como si esa fuera la cuota normal que una región plagada por el narcotráfico debería pagar.
¿Qué fue de los proyectos que debían cambiar la cara a esas regiones? ¿Qué pasó con las estrategias sociales que iban a permitir que el Estado, de manera rápida, hiciera presencia en las zonas que antes estaban bajo la influencia de las Farc? La ecuación es sencilla: si no hay opciones mejores que las que ofrece el narcotráfico, difícilmente se hará el tránsito hacia un cambio.
Siempre nos pasa lo mismo con las fronteras: las olvidamos, las hacemos a un lado y creemos que todo allí funcionará gracias a esa invisible inercia que mantiene al país unido a pesar de todos sus dramas. ¿Hasta cuándo aguantaremos a punta de inercia?
#PreguntaSuelta: ¿por qué en Medellín ya están planeando el cambio de flota de algunos de los buses del Metroplús para comprar buses eléctricos, mientras que en Bogotá estos se consideran una inversión onerosa y que puede ser aplazada?
JUAN PABLO CALVÁS
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