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Esclavos de oficina

La filosofía gerencial en Colombia está absolutamente pervertida. Ya parece que no se contratara a un empleado, sino que se comprara el derecho a invadir su vida y apropiarse de ella en todo momento y lugar.

Juan Pablo Calvás
“¡Turneros! ¡Ojo, se quedan un minuto más a trabajar! ¿Dónde está su amor por la empresa?”.
Escuché esa frase la semana pasada y, una vez más, me invadió una cierta angustia existencial-laboral sobre los derroteros que ha tomado la filosofía gerencial colombiana, el país donde las horas extras no se pagan (o se pagan mal), pero sí se exigen como prueba de compromiso con la compañía en la que se trabaja.
Es sorprendente lo que pasa aquí: si un jefe o ejecutivo se queda a trabajar más allá de las cinco o seis de la tarde en su oficina, es decir, más allá de las ocho horas que exige el Código laboral, a muchos subalternos los invade el miedo de abandonar el espacio de trabajo. No importa si ya se cumplió con el horario establecido en el contrato, poco tiene que ver si ya se terminó todo el trabajo que se tenía previsto para esa jornada, la exigencia de quedarse en el sitio de trabajo, así sea calentando puesto, se convirtió en una costumbre nefasta de las empresas en el país.
“Es que apenas el reloj marca las cinco y media, apaga el computador y se va. ¿Acaso no se da cuenta de que yo me quedo más tiempo? ¡Debería respetarme!”.
Esta frase se la escuché hace un tiempo a una jefa que se ofendía al ver que una analista que trabajaba bajo su tutela, muy puntual, a las cinco y media de la tarde, cerraba sus archivos y se iba, habiendo cumplido con las ocho horas laborales reglamentarias. Nunca entendí esa queja. ¿Acaso la pobre analista era culpable de que su jefa se quedara hasta las siete u ocho de la noche en la oficina? ¿Acaso en su contrato decía que ella no podía moverse de su puesto hasta que su jefa se retirara? ¿No se daría cuenta la quejumbrosa superiora de que mientras ella tenía carro de funciones con conductor pagado por la empresa y el trayecto del trabajo a su casa se completaba en 20 minutos, su malquerida analista debía meterse por casi dos horas en un bus para volver de la oficina a su hogar?
La filosofía gerencial en Colombia está absolutamente pervertida por ejemplos como este, en donde ya parece que no se contratara a un empleado, sino que se comprara el derecho a invadir su vida y apropiarse de ella en todo momento y lugar.
Recuerdo también a un amigo ejecutivo que se molestaba porque sus colegas no le respondían los correos electrónicos o mensajes de WhatsApp que mandaba a las 10 de la noche o un sábado al mediodía. ¿Qué justificación tenía él para eso? Decía que si mandaba algo tarde en la noche o durante el fin de semana, era porque la situación no daba espera y la respuesta debía ser inmediata. No sé cuál podría ser una urgencia en un departamento de contabilidad, aún hoy me lo pregunto; creo que los números no van a escapar de sus celdas de Excel, ni las facturas van a desaparecer por arte de magia. Sin embargo, él hablaba de urgencias. Vaya uno a saber.
Más allá de la necesidad imperiosa de que se recupere el pago de las horas extras nocturnas que fueron desmontadas por el gobierno pasado y que el actual hace seis años se comprometió a restablecer, también es hora de que se ponga en cintura la nefasta cultura empresarial colombiana que invade la vida de sus trabajadores. Hay que romper con ese círculo de terror creado en algunas empresas donde las exigencias laborales van más allá de lo que queda estampado en el contrato que se firma al ingresar a una compañía.
Un empleado no debe trabajar con el constante miedo de perder su puesto o recibir una sanción por exigir espacio y tiempo para llevar una vida privada. Y menos aún cuando los salarios de esos esclavos de la oficina dan ganas de llorar.
#PreguntaSuelta: ¿será que el triunfo de Nairo, así como el de otros colombianos en los Olímpicos, nos ayuda a descubrir que el deporte para Colombia debe ir más allá del fútbol?
Juan Pablo Calvás
Juan Pablo Calvás
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