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Brazaletes nuevos, infiernos viejos

Como el gobierno se durmió, a territorios Farc llegaron más grupos terroristas y criminales.

Juan Lozano
Más allá de las valoraciones que cada uno tenga sobre la negociación del Gobierno con las Farc, resulta deplorable y trágica la falta de planeación, voluntad, eficacia y determinación para impedir que los territorios que estaban abandonando los integrantes de las Farc que se desmovilizaron fueran ocupados por otros grupos terroristas y criminales.
Estaban advertidos. Y el Gobierno, que demostró tanta determinación para que el acuerdo entrara en vigor a las buenas o a las malas, por la voluntad del pueblo o contra ella, respetando la Constitución o pisoteándola, con decoro o sin vergüenza, con respeto por las víctimas o abusando de ellas, con dignidad o sin pudor, ha debido tomar las medidas necesarias para que al salir las Farc sus disidencias no siguieran siendo las reinas del narcotráfico en las mismas zonas, o para que el Eln no se expandiera intercambiando brazaletes, o para que las ‘bacrim’, ‘clanes del Golfo’, narcos nacionales, brasileros o mexicanos no hicieran su agosto. El extenso informe de Paz y Reconciliación es contundente.
Pero, no. Embebidos en la retórica paralizante, que se llenaba de lírica, adjetivos y frases de cajón desde el Ministerio de Defensa, la improvidencia del Gobierno permitió que todo el elenco de organizaciones terroristas, criminales y narcotraficantes se alistaran para copar los campos que las Farc se aprestaban a dejar. Y lo hicieron. Antes que las Fuerzas Armadas. Antes que el Estado colombiano.
El ejemplo del Pacífico es dramático. Sabían en el Ministerio de Defensa y la Casa de Nariño que avanzaba el conteo regresivo de la bomba de tiempo en esa región. Poco y nada se hacía. Poco y nada se atendía la voz de sus pobladores. Poco y nada se calibraban los alaridos pidiendo auxilio desde la zona. ¿Cuál paz allí?
Mil veces se dijo que las Farc tenían un doble rostro, el de guerrilla y el de cartel. Mil veces se dijo que algunos mandos tenían un doble rol, el de jefes militares, agentes delictivos de minería ilegal o narcotráfico y reclutadores (o violadores) de menores. Y mil veces se dijo que si el Estado no llegaba primero, la negociación de paz, cualquiera que ella hubiere sido, buena, regular o mala, naufragaría por la llegada de otras organizaciones violentas a los territorios.
Y ahora es más difícil enfrentarlas. Porque no respetan órdenes de una sola procedencia. Porque son delincuencia pura. Porque son ultramafiosas y ultraviolentas. Y, sobre todo, porque hay un síndrome negacionista, teñido de mezquindades y tarjetones, que se ha apoderado de altos funcionarios, que les impide reconocer que se equivocaron para emprender cuanto antes el camino de rectificación.
Hay, claro está, logros para rescatar y funcionarios sensatos que hacen bien su trabajo. Rafael Pardo, por ejemplo. Pero esa orquesta se quedó sin director y dejó de seguir una partitura. Haciendo lo que le parece y sin gerencia eficaz en la implementación de los acuerdos. Cómo será de grave lo que ocurre que ya las Farc han logrado probar varios incumplimientos del Estado mientras el Gobierno mete el rabo entre las piernas, se abstiene de reclamar por los incumplimientos de las Farc y busca desviar la atención ante este problema tan grave, como si le diera vergüenza su propia incompetencia.
Por eso hay que timonear ya y cambiar esta estrategia fallida de presencia territorial, reforzándola con una seria intervención social, de manera que no sea solo una ofensiva militar. No más discursos de solidaridad con las regiones martirizadas para seguir dejándolas al garete y a merced de otros grupos armados. No más blablablá mediático. No se puede esperar hasta que asuma el próximo gobierno. Cada día que se pierde es como un siglo de nuevas criminalidades. Y hay lecciones aprendidas que permitirían hacerlo bien. Pero ya.
JUAN LOZANO
Juan Lozano
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